Charada: la comedia mejor vestida
· El diseñador francés ha muerto a los 91 años. Su trabajo en el cine está unido a una mujer inolvidable, Audrey Hepburn. En este artículo Mariam Vizcaíno se acerca a Charada, una de las película más célebres de Hepburn, vestida por Givenchy.
La primera y última vez que coincidieron Audrey Hepburn y Cary Grant en una película fue para hacer creíble una historia absolutamente inverosímil.
Quien ha visto Charada (Stanley Donen, 1963) sabe hasta qué punto es una comedia con más agujeros que una ciudad en vísperas de unas Olimpiadas. Aunque tuvieron que emplearse a fondo para reflotar la trama lo pasaron tan bien, que Grant siempre decía: “todo lo que pido por Navidad, es otra película junto a Audrey Hepburn”.
Como no se conocían, para romper el hielo, Stanley Donen les invitó a cenar en París donde iba a ser el rodaje. Audrey estaba tan nerviosa que nada más empezar derramó la botella de vino sobre el traje color crema de Grant. Él se quitó la chaqueta sonriendo y siguió cenando como si tal cosa. Audrey recordaba que “se lo tomó muy bien, igual que después en Charada cuando se me cae el helado en su traje. De hecho, la escena surgió del accidente del restaurante. Al día siguiente, además, me mandó una lata de caviar con una nota en la que me pedía que no me preocupase”.
Grant era además uno de los actores mejor vestidos de Hollywood.
Grant, que tenía la categoría de los que consiguen que nadie se lleve un mal rato por su culpa, era además uno de los actores mejor vestidos de Hollywood. Tenía tanto gusto que en las películas le dejaban llevar su propia ropa. Hitchcock, que le conocía bien, lo dejaba siempre a su aire: “uno no dirige a Cary Grant. Simplemente se le pone delante de la cámara”.
Hasta tal punto detestaba el artificio que nunca quiso que le maquillasen. La verdad es que como siempre estaba muy bronceado no le hacía ninguna falta. Eso sí, para que los maquilladores no perdieran su empleo les dejaba hacer su trabajo y luego, sin que nadie se diera cuenta, se lavaba bien la cara hasta que no quedaba rastro de aquellos mejunjes.
Lo recargado no le atraía tampoco en las mujeres. Estaba convencido de que “cuando una mujer se excede (…) pone en evidencia de inmediato su inseguridad”. Le parecía mejor que una persona “se muestre en todo, tal como es. Es horrible estar actuando todo el tiempo. Sé la persona que realmente eres y ya está. Si te aceptan así, todo será mucho más fácil”. También le desconcertaba que se retocase tanto a los que trabajaban en los
Les unía además un carácter parecido: los dos habían pasado por una infancia difícil y eran vulnerables.
A Grant, que prefería la gente sin dobleces, le encantó Hepburn. Les unía además un carácter parecido: los dos habían pasado por una infancia difícil y eran vulnerables. A los dos les encantaba reír y hacer bromas inofensivas.Y a ninguno de los dos le gustaba criticar. “La gente debería decir algo bueno de los demás o no decir nada (…) hablar mal de los otros nos vuelve insignificantes”, solía repetir Grant.
Audrey también prefería la autenticidad, así que su estilo encajaba a la perfección con la elegancia natural de él. Su personaje en Charada fue vestido, como venía siendo habitual desde Sabrina (Billy Wilder, 1954), por Hubert de Givenchy, una autoridad en la alta costura y una de las personas en las que Hepburn más confiaba. Entre ellos se produjo una alianza simbiótica que tuvo una influencia enorme en la moda de su tiempo: él construía su estilo y ella le inspiraba.
La primera vez que vemos a Audrey está en una estación de esquí con sus enormes gafas cuadradas –casi un distintivo personal desde que las llevó en Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961)-, y un mono marrón chocolate con capucha que preludia el despliegue de una nueva modernidad: la que Givenchy había aprendido de Balenciaga, el referente último de sus mejores creaciones.
Los vestidos de día que lleva Audrey en Charada son de tejido grueso, monocromos y más bien rectos anunciando el nuevo estilo de los 60, muy alejado de la silueta corola que Dior había impuesto en los 50, la década del “new look”.
Los vestidos de noche son negros, sin mangas y sin adorno ninguno. La idea de ese vestido negro esencial, llamado petite robe noir, la había lanzado Chanel en 1926 y por su acertada simplicidad ha pervivido hasta nuestros días. Hepburn y Givenchy lo catapultaron en Desayuno con diamantes y en Charada lo convirtieron definitivamente en el clásico infalible del que ninguna mujer moderna quiere prescindir.
Encima de los vestidos, Audrey lleva abrigos de colores intensos, de líneas muy depuradas, grandes botones, mangas tres cuartos y pequeños cuellos, generalmente de tira. Como las calles invernales de París tendrán en el desarrollo de la historia un papel de primer orden, los abrigos se han convertido con el tiempo en la prenda más memorable de Charada.
La gama cromática comienza siendo muy apagada para acompañar la desolación que siente cuando llega a su apartamento y lo encuentra saqueado. A medida que avanza la historia y el peligro crece, se da paso a un abrigo rojo vivo y luego a otro amarillo anaranjado, color este último que además permite distinguir a Audrey en una de las escenas finales más oscuras y confusas del filme. El abrigo que pone el broche final, cuando las aguas vuelven a su cauce, es precisamente azul océano. Acompañado por guantes blancos, transmite serenidad y augura el final feliz.
Cuando acaba la película tenemos la sensación de que quizá es difícil que volvamos a ver en la pantalla dos actores con más clase y mejor vestidos. Y resuenan entonces, como un guiño, lo que le dice Audrey a Grant al salir del ascensor: “¿Sabes qué tienes de malo? Nada”.