De cómo Russell Crowe llegó a ser Gladiator
· El vestuario de este fabuloso ejercicio de estilo que es Gladiator tuvo suma importancia para lograr la apariencia de autenticidad que el público esperaba encontrar en una película de época.
“Máximo, te aclaman a ti: el general que se convirtió en esclavo; el esclavo que llegó a ser gladiador; el gladiador que desafió a un Imperio”. Así resumía Cómodo, en una de las escenas finales de Gladiator (2000), el itinerario del militar romano al que dio vida Russell Crowe. La interpretación del actor neozelandés, por la que recibió una estatuilla, fue tan memorable que logró que hasta los que somos más desmemoriados recordemos su nombre desde entonces. Sin embargo, y a pesar de tener como director a un veterano como Ridley Scott, a Crowe no le fue nada fácil transmutarse en Máximo Décimo Meridio. De entrada el guión le pareció un desastre (una “basura” llegó a decir abiertamente) y la dureza de algunas escenas llegó a ser tal que se lesionó varias veces quedándole secuelas de por vida.
En contrapartida sabía que ese papel estaba cortado a su medida. Su carácter de natural bronco, su dicción grave de resonancias épicas y su complexión cuadrada jugaban de su parte. Tuvo además la ayuda de una diseñadora de vestuario absolutamente entregada: la británica Janty Yates que cinceló a conciencia cada detalle, empeño que fue justamente reconocido con un Oscar de la Academia. Para empezar, Yates dio carta blanca a un flequillo que además de evocar el de la recreación que de Marco Antonio hizo Marlon Brando, le convertía automáticamente para los espectadores en ciudadano del Imperio, reacción refleja que explica, no sin cierta gracia, Roland Barthes: “En el Julio César de Mankiewicz, todos los personajes tienen flequillo sobre la frente. Unos lo tienen rizado, otros filiforme, otros en jopo, otros aceitados, todos lo tienen bien peinado y no se admiten los calvos […] ¿Pero qué es lo que se atribuye a esos obstinados flequillos? Pues ni más ni menos que la muestra de la romanidad […] todo el mundo está instalado en la tranquila certidumbre de un universo sin duplicidad, donde los romanos son romanos por el más legible de los signos, el cabello sobre la frente”.
Yates vio claro desde el principio que aunque no se trataba de dar una lección de historia lo primero que había que hacer era estudiar el periodo a fondo. La investigación empezó en el British Museum que alberga una notable colección de piezas romanas. Después se sumergió en las bibliotecas y por último se trasladó a Roma para intentar capturar los ecos del Imperio que aún flotan en el aire y que pueden escucharse cuando se vagabundea por los foros a la caída de la tarde o se traspasa la puerta del Panteón -mal llamado de Agripa-, a primera hora de la mañana cuando los bulliciosos turistas no han llegado todavía. En Roma pudo estudiar también de cerca la indumentaria de las estatuas que quedaban en torno al 180 d.C., época en la que arranca la narración.
Máximo empieza la historia siendo general de la legión Felix a las órdenes del emperador Marco Aurelio (Richard Harris), al que profesa devoción y fidelidad extremas. Con ese punto de partida, Yates decidió que la primera armadura “tenía que ser formidable pero no ostentosa; espléndida pero no dominante”. Llevaba por ello algunos toques de oro, pero dispersos aquí y allá para no sobrepasar en notoriedad a las de la familia imperial. Una piel de lobo sobre los hombros le diferenciaba del resto de los legionarios y reforzaba la simbólica ferocidad de la efigie animal que llevaba labrada en la coraza.
Scott quería transmitir una sensación nudosa, áspera, raída y grasienta que diera a los soldados un aire de veteranos de Vietnam.
Ridley Scott quería que el resto de las armaduras estuviesen abolladas y viejas ya que los legionarios en época de guerra apenas se las quitaban. Había repasado con Yates las películas de romanos y los dos tenían claro que querían alejarse de ese aspecto reluciente que presentan en ocasiones. Scott quería transmitir una sensación nudosa, áspera, raída y grasienta que diera a los soldados un aire de veteranos de Vietnam. El departamento de “desgaste” se empleó a fondo con el óxido, el verdín y los baños de barro que fueron una pesadilla para los casi 3.000 extras, pero que lograron un resultado mucho más creíble que el de otros clásicos del cine de péplum.
Cuando Máximo es convertido en esclavo, el espectador tiene que verle descender hasta el borde de la nada, por lo que en ese tramo de la historia solo lleva una túnica gastada color arena que evidencia su despojo. Sin embargo, en su segunda y tercera pelea sobre una túnica corta de un azul desvaído, lleva ya unas muñequeras anchas y una armadura de cuero si bien aún extremadamente sencilla.
Luego hereda el peto de Oliver Reed, con dos grifos alados en la base, que irá mejorando con otros apliques plateados a medida que va ganando combates: primero añade lo que Yates llama “un árbol de la vida”, símbolo de sus años de paz en sus tierras de España que evoca con su silueta en forma de huso, los que pueden verse flanqueando el camino a su casa. También añade afrontados sus dos caballos, Argento y Scarpo, y finalmente dos pequeñas figuras que representan a la mujer y al hijo que le esperan más allá de esta vida mortal.
En cambio la coraza “marmolada” que usa Cómodo (Joaquin Phoenix), en el combate final, no tiene la impronta del drama ya que los motivos que la adornan no aluden a su trágico pasado sino que se inspiran en los que campean en el peto del Augusto de Prima Porta, aunque reinterpretados con libertad absoluta ya que además de suprimirse varias figuras, la loba capitolina parece un pastor alemán, y el guerrero parto con el estandarte se ha convertido en un esclavo con una antorcha alzada que recuerda a una fregona. Utilizar una armadura completamente blanca fue una ocurrencia de Ridley Scott sin ninguna base histórica que funciona muy bien en la pantalla gracias a la tensión cromática que establece con la vestimenta mucho más oscura de Máximo.
El vestuario de este fabuloso ejercicio de estilo, que no de reconstrucción histórica, que es Gladiator tuvo suma importancia para lograr la apariencia de autenticidad que el público esperaba encontrar en una película de época. Probablemente varias generaciones deban a Russell Crowe haber sentido, por primera vez, nostalgia por la grandeza de ánimo de los hombres que forjaron la antigua Roma. Larga vida a Gladiator, aunque solo sea por ello.
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