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El color de Memorias de África

Todos querían re­memorar las tonalidades con las que Milena Canonero había vestido una película que les había causado una honda impresión

El color de Memorias de África

A finales de la década de los 80 las capitales de la moda palidecieron: la elegancia hizo del beige su em­blema, y apagados tonos camel y verde caza se apo­deraron de las calles. Era la nostalgia de África. Ralph Lauren, Donna Karan, Michael Kors, Yves Saint Laurent y Thierry Mugler desplegaron entonces en sus colecciones un estilo safari como no se había visto antes en Occidente. Todos querían re­memorar las tonalidades con las que Milena Canonero había vestido Memorias de África (Sidney Po­llack, 1985), una película que les había causado una honda impresión y que recreaba los 16 años que Karen Blixen vivió en la Kenia colonial de principios de siglo.

Para diseñar el vestuario Milena tuvo solo dos me­ses y medio. En ese tiempo, además de rastrear a fondo las bibliotecas, se sumergió en la lectura de las cartas y los libros que escribió la baronesa Bli­xen, más conocida por el pseudónimo con que firmaba sus obras: Isak Dinesen.

Para rebuscar en los archivos de la familia, Mile­na hizo un viaje a Dinamarca. Allí pudo visitar la ca­sa en la que vivió Blixen y habló con sus sobrinos, que la recordaban muy bien y que le enseñaron to­das las fotografías que conservaban para que las pu­diera estudiar. Aunque no copió al pie de la letra nin­guno de los modelos, le dieron muchas pistas so­bre el tipo de prendas que solía usar Blixen en Áfri­ca: botas altas, pantalones de montar, blusas blan­cas, chaquetas safari, faldas amplias y anchos cin­turones. Por desgracia de sus vestidos no queda­ba nada, a excepción de un pequeño broche de oro pro­piedad de Judith Thurman, la autora de una  bio­grafía sobre Blixen, quien se lo prestó a Milena pa­ra que se pudiera usar en la película.


Las ropas safari en tejidos naturales como el algo­dón y el lino que llevará Meryl Streep para interpretar a Blixen, subrayan su espíritu libre y su per­sonalidad irreductible, mientras que los vestidos co­lor marfil con bordados antiguos que usa en las ce­nas en que narra hipnotizantes historias a sus invitados, revelan su aristocrática elegancia.

Cuando regresa a su plantación de café en Kenia des­pués de una estancia en Europa para recuperarse de una grave enfermedad, Meryl llevará un traje azul marino, color que incorporará después a su ves­tuario, alegrándolo con un pañuelo tribal y un vis­toso collar de cuentas de madera que confeccionaron artesanalmente un grupo de mujeres kikuyu. Milena había ganado su confianza y gracias a ello pu­do encargarles algunos otros adornos para la protagonista. La forma en que Meryl se coloca los chales también evoca los usos de las tribus locales, lo que recuerda al espectador la afinidad de la barone­sa con aquellas gentes a las que tanto quería aunque no acabase de entender del todo.

Aunque al principio Sidney Pollack opinaba que la paleta para las ropas de Blixen era muy apagada, Mi­lena le convenció de que los colores pálidos tenían más que ver con la atmósfera romántica de la his­toria y encajaban mejor con el paisaje. Hardy Amies, el diseñador de cabecera de la realeza ingle­sa, dijo una vez que «la mujer mejor vestida es aque­lla cuyas ropas no parecen demasiado extrañas en la naturaleza», lo que quizá explica la razón del éxi­to de esta tendencia safari que la película desen­ca­denó y de la que Milena no quiso atribuirse nunca el mérito: «Los trajes capturaron algo que ya es­taba en el aire», declaró en 1986 a Los Angeles Ti­mes.

Milena se basó también en fotografías reales para crear el vestuario de Denys Finch Hatton, el aventu­re­ro inglés, que cimentó sus dotes de conversador y amante de la literatura en las aulas de Eton. Fue in­terpretado de forma memorable por Robert Redford. En esas fotos de sus años en África, Denys so­lía llevar un salacot que fue sustituido en la pe­lícula por sombreros más flexibles para subrayar su carácter indómito y asalvajado. De las fotografías se copiaron eso sí el tamaño de los bolsillos de las ca­misas, un pequeño detalle que se robaba al pasa­do y que contribuía a que los actores se sumergiesen mejor en los usos de los cazadores blancos de los años veinte.

La ropa de safari de aquella época no ha sobrevivido a excepción de unas cuantas prendas aisladas. Mi­lena encontró felizmente una de ellas, una cami­sa, en Angels -una de las sastrerías teatrales que sur­ten al cine más importante de Londres, fundada en 1840 por Morris Angel– y ese fue el punto de par­tida para crear todas las demás.

Como no era fácil localizar libros que mostrasen có­mo vestían los africanos en las aldeas, Milena iba a todas partes con su Nikon haciendo fotos -como le había enseñado Kubrick– con un gran objetivo pa­ra captar detalles y poder hacerse así su propio li­bro de referencias. Acabó siendo una experta en tri­bus africanas y podía distinguir a la legua un kikuyu, un somalí y un masái solo por sus ropas. Para las tribus africanas, Milena consultó además al antropólogo Richard Leakley, hijo de paleontólogos in­gleses y keniata de nacimiento, que trabaja aún en Nairobi. Su lucha en defensa de la vida salvaje fren­te a los cazadores furtivos ha estado a punto de costarle la vida. Su valentía y su noble compromiso con la causa africana es tan admirable que An­gelina Jolie ha decidido hacer una película so­bre él para que sus logros no se oscurezcan por el ol­vido.

Mientras que los trajes de los europeos fueron hechos en Londres, los de la gente local, que fueron cien­tos, se hicieron en un taller que Milena montó co­mo pudo en Nairobi. El 30% del vestuario y la ma­yor parte de los sombreros de Streep eran piezas de época. Con la llegada de las lluvias que acompañaron la mayor parte del rodaje, todos tenían que co­rrer de acá para allá, en el momento menos pensado, para poner a salvo esos sombreros y zapatos tan valiosos y que además habían sido alquilados o es­taban en préstamo. Y aunque los problemas no aca­baban aquí (hasta le robaron los pantalones a Red­ford) ni tampoco le dieran ninguno de los siete Os­car que se llevó la película, Milena estaba muy con­tenta por haber salido adelante en el empeño, a pe­sar de las adversidades sin cuento que tuvo que capear.

En su libro Memorias de África (1934), Karen Blixen escribe que, cuando los africanos hablan de la per­sonalidad de Dios, lo que más les subyuga es el po­der infinito de su imaginación. Milena Canonero, capaz de inventar un cosmos diferente para ca­da película y de enfrentarse a cualquier dificultad no importa lo insalvable que parezca, lo hace siempre con absoluta sencillez. Gaudí decía que la origi­na­lidad consiste en volver al Origen. Quizá el secreto esté en eso y Milena lo sepa.

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