My Fair Lady: la obra maestra de Cecil Beaton
· My fair Lady, el vestuario de Cecil Beaton. La película se convirtió no solo en uno de los grandes y oscarizados musicales, sino en todo un manual de estilo de Beaton y un referente para toda la profesión.
Es indudable que tanto en el mundo del cine, como fuera de él, la elegancia tiene un nombre propio: Audrey Hepburn. La dulzura de su rostro, sus ágiles movimientos y su saber estar, la convirtieron en uno de los iconos femeninos más admirados. En el cine la vistieron los grandes, de Edith Head a Dorothy Jeakins, pasando por Hubert de Givenchy que fue su amigo y modisto habitual dentro y fuera de la pantalla. Ellos la ayudaron a subrayar su encanto natural y a conformar los papeles que la convirtieron en mito: Sabrina (1954), la Princesa Ana de Vacaciones en Roma (1953) o la inigualable Holly de Desayuno con diamantes (1961). Audrey, consciente del importante papel que jugaban estos profesionales en el éxito de su carrera, escribió: “el diseñador de vestuario tiene una gran tarea y una gran responsabilidad. No solo debe ser un artista creativo sino además historiador, investigador y artesano, todo en uno”.
Pero de todos sus memorables personajes en ninguno el diseñador artístico tuvo una presencia tan definitiva como en la Eliza Doolittle de My Fair Lady (1964), película única por el marcado estilo de su vestuario y de toda la producción, en esta ocasión responsabilidad de Cecil Beaton, al que Audrey Hepburn supo reconocer su indudable mérito: “ciertamente los diseñadores de vestuario hacen a los actores y actrices. Cuando me puse el vestido blanco y negro para la escena de Ascot, sentí que solo necesitaba levantar la mirada bajo mi enorme sombrero y saldrían las refinadas palabras de George Bernard Shaw y Alan Jay Lerner”.
Cecil Beaton no era propiamente un diseñador de vestuario. Era uno de esos seres que surgen esporádicamente, tan originales y creativos que es difícil encasillarlos en ninguna disciplina artística. Su dedicación principal fue la fotografía, a la que se entregó desde que a los 11 años le regalaron una Kodak 3A de la que nunca se separó. Pero fue también escenógrafo, pintor, decorador, cronista de sociedad o escritor con El Espejo de la Moda, un inapreciable ensayo sobre los grandes diseñadores, ilustrado por él mismo.
Había nacido en Londres en 1904 en una familia burguesa pero refinada, por lo que tuvo acceso a una infancia acomodada y a la mejor educación. Fue compañero de George Orwell y Evelyn Waugh y entró a formar parte de la élite de jóvenes, algunos aristócratas pero todos acaudalados y alocados, que en los años 20 representaban la vanguardia de la moda, del arte y la rebeldía “burguesa” ante la rigidez de las formas del protocolo londinense.
Perfectamente integrado en ellos, Cecil Beaton era consciente, sin embargo, de que su origen burgués lo distinguía de algunos de sus amigos pertenecientes a la aristocracia. Una aspiración suya desde pequeño fue que su “madre fuera considerada una mujer de la alta sociedad y no solo un ama de casa” y por eso les hacía, a ella y a sus hermanas, un sinfín de elegantes y refinados retratos. Este hecho es de gran relevancia, ya que este recelo le llevó a tomar cierta distancia y a reflejar en muchas ocasiones, con una fina y ácida ironía, las costumbres de la alta sociedad aristocrática (sus malévolos comentarios llevaron a Jean Cocteau a denominarle “Malice in Wunderland”, haciendo un juego de palabras en inglés con el título de la novela de Lewis Carroll). Quizá por eso comprendió tan bien el personaje del Profesor Higgins de My Fair Lady, un refinado, elegante, educado y erudito gentleman que, sin embargo, se muestra displicente y apático ante las exageradas y protocolarias fiestas a las que acude su madre, Ascot incluido, y pudo recrear su universo y su vestuario de una manera tan acertada.
Beaton trabajó como fotógrafo oficial de Vogue y en ocasiones de Vanity Fair y Harper’s Bazaar. Por su objetivo pasaron todo tipo de personalidades del mundo del espectáculo, la cultura o la moda, la propia Isabel II y su familia o el mismo Churchill cuando durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el gobierno británico en el Ministerio de Información.
Fue después de la contienda cuando comenzó a trabajar como escenógrafo. El lago de los cisnes y Turandot fueron algunas de sus creaciones para el teatro antes de llegar a Broadway y encargarse en 1956 del diseño de producción de My Fair Lady, adaptación musical del Pygmalion de Bernard Shaw. Ambientada en Londres a comienzos de siglo, era la ocasión perfecta para que Cecil Beaton aplicase su gran conocimiento de la época eduardiana y toda su creatividad para dotar al espectáculo de una exuberante y esmerada elegancia. Se llevó un premio Tony por su trabajo y por ello no es de extrañar que la Warner pensase en él para llevarla a la pantalla.
Liberado de los límites espaciales del teatro, desplegó en el cine su talento y su prodigiosa imaginación. Diseñó 1.086 vestidos cuidando hasta el más mínimo detalle. Mención especial merece su recreación de las carreras de Ascot: un festival de exagerados sombreros que influirán más tarde en Philip Treacy y una profusión de lazos y bordados en los vestidos que queda contenida, sin embargo, gracias al uso casi exclusivo del blanco, el negro y el gris, y al cuidado de las estilizadas líneas que había introducido Paul Poiret. Pero también podemos fijarnos en los trajes de los varones, sobrios y elegantes, como el cárdigan de Higgins, el batín de Pickering o el chaqué gris suave de Freddy, claro pero anodino como su personaje.
En cuanto a los escenarios, Beaton realizó otro trabajo inmenso. El colorista plano inicial del mercado de flores de Covent Garden o el interior de la casa de Higgins decorada con los diseños de William Morris y con una envidiable biblioteca inspirada en la del Château de Groussay en Francia, todo está pensado al máximo y enriquecido con un atrezzo minuciosamente buscado en museos, colecciones privadas o mercados de segunda mano.
En definitiva, My Fair Lady se convirtió no solo en uno de los grandes y oscarizados musicales de la historia del cine, sino en todo un manual de estilo de Cecil Beaton y un referente para toda la profesión.
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