Lauren Bacall, la creación de un sueño eterno
Lauren Bacall. Cuando Bacall llega a Hollywood en 1944 para obtener su primer papel tiene tan sólo 19 años, mientras que Bogart es ya un afamado actor de 45.
Hay imágenes de cine que se hacen un sitio en la memoria de los espectadores de varias generaciones, en eso que algunos llaman el imaginario colectivo. Sin duda, una de esas imágenes es la que muestra a Lauren Bacall y Humphrey Bogart, dos estrellas que brillaron con luz propia en numerosas películas, pero que juntas, como pareja fílmica y matrimonio real, alcanzaron lo más alto del Olimpo del cine.
Cuando Lauren Bacall llega a Hollywood en 1944 para obtener su primer papel tiene tan sólo 19 años, mientras que Bogart es ya un afamado actor de 45 que ha protagonizado numerosas películas, ha encarnado la esencia del cine negro y ha encabezado el reparto de la que será la película del siglo: Casablanca. Tan sólo cuatro años más tarde, aparte de casarse, han protagonizado cuatro films juntos y Bacall se ha convertido en otro icono imprescindible del cine y alcanzado en fama a su partenaire y marido.
¿Cómo fue la génesis de este rápido e imperecedero triunfo? Sin restar importancia a la magia (química la llaman ahora) que hace saltar la chispa que enciende el encanto, el glamour o el éxito, la formación de esa mítica pareja no está exenta de esfuerzo y trabajo liderados por la mente de un genio como fue el director Howard Hawks. Bastaron dos películas, Tener y no tener (1944) y El sueño eterno (1946) para que el director “cocinase”, en expresión de la propia Bacall, este producto.
En el Hollywood de 1944, con la II Guerra Mundial todavía sin concluir, Hawks busca una estrella que dinamice los estudios e introduzca una nueva ilusión. Es su mujer, Slim (apodo que usará Bacall en su primera película) la que se fija en una joven modelo neoyorquina que ha posado para Harper’s Bazaar. Algo debieron ver en su pose y en su mirada que los convenció para llamarla a Los Angeles y que realizase una prueba para el siguiente film de Hawks, la adaptación de una novela de Hemingway con Bogart de protagonista. Bacall tuvo numerosas conversaciones con Hawks antes de la prueba en las que ambos, más que preparar el papel, estaban, quizá sin sospecharlo, creando un mito cinematográfico. Como Hawks explicaría más adelante: “Quería crear una mujer que pareciese incluso más ruda que Bogart. Así que creé la imagen de Lauren Bacall y ella tendrá que vivir con eso el resto de su vida”.
Realmente, en la joven Betty (lo de Lauren también fue cosa de Hawks) encontró lo que quería. Cuando la envió a Perc Westmore, jefe de maquillaje de los estudios Warner, para que la preparase para la prueba, éste quiso hacerle los retoques habituales en la época (reducir las cejas, correr la línea de nacimiento del cabello y corregir los dientes). La novata Bacall se negó categóricamente y llamó a gritos a Hawks que la respaldó pidiendo a Westmore que le diera un “maquillaje ligero y natural”. A pesar del incidente, Westmore fue otro de los artífices de la imagen de Lauren Bacall, maquillándola en sus cinco primeras películas.
Ni qué decir tiene que nuestra actriz superó la prueba y obtuvo el papel de Slim en Tener y no tener. Pero Hawks aún le pidió otro esfuerzo para redondear la imagen que estaba creando: su voz. Tal como le explicó, “cuando una mujer se excita o emociona tiende a alzar la voz. Y no hay nada menos atractivo que un chillido. Quiero que la eduques de tal modo que aun en la escena más emotiva continúe grave”. El método para lograrlo no deja de ser curioso además de trabajoso y efectivo. Le aconsejó leer en voz alta horas y horas. A veces él mismo la acompañaba y sentados en un parque escuchaba cómo ella leía novelas manteniendo siempre la voz grave que la haría famosa incluso al cantar.
Para el diseño de vestuario recurrieron a dos de las grandes del momento: Milo Anderson y Leah Rhodes, que realzaron su esbelta figura y ayudaron a transmitir su desenvuelta dureza. Los cigarrillos y el humo que envolvían las escenas harían el resto.
Y así se creó un sueño que sería, para Bacall y para nosotros, eterno.
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