Mark Bridges, el vestuario deThe Artist: Cuando lo difícil parece fácil
Mark Bridges, el vestuario de The Artist, que es un alarde de sabiduría en la elección y confección del vestuario, de esa clase de vestuario que parece fácil y precisamente por eso es muy difícil.
Audentes fortuna iuvat. En tiempos de esperanzas depositadas en el 3D y de Full HD como maquinaria para asediar las taquillas, nació The artist, empujada por el viento de la fortuna, esa que Virgilio concede a los audaces en un contexto de competencia bélica.
La película de Michel Hazanavicius es la aparente antítesis de las tendencias cinematográficas actuales en el cine de público amplio: muda, francesa, en blanco y negro. Cine de hoy, cine de ayer, la ganadora del Oscar a mejor película busca la pureza de sentimientos, la capacidad de emocionar que tenían los pioneros del cine norteamericano, cineastas como Chaplin, Keaton y Vidor a los que se va y se vuelve porque tienen -siguen teniendo- el mapa del tesoro. Y también la llave para abrir el cofre y sacar a la luz maravillas olvidadas.
En la película, escrita en cuatro meses y rodada en 35 días, el estilo, el diseño de producción es, como siempre, determinante. En particular, el vestuario adquiere una vital importancia en la fuerza arrolladora del relato. En su arranque, el lenguaje textil expresa admirablemente el desenfado y la alegría de vivir de los felices años 20. The artist es una de esas películas en las que el atuendo de los protagonistas es más elocuente que una declaración de principios. El neoyorquino Mark Bridges, ganador de un merecido Oscar por su inspirado trabajo, separa la ropa cotidiana de la ropa de trabajo, del trabajo en el cine. Ropa de dentro, ropa de fuera. Dos mundos que conviene mantener diferenciados para que la película no se deshilache.
Mark Bridges, el vestuario de The Artist
Bridges (colaborador asiduo de Paul Thomas Anderson en películas como Magnolia, Punch-drunk-love y There will be blood) perfila nítidamente el ser y el estar de un actor en la cima de su carrera. El blanco es el color elegido para representar el triunfo. Blancas son las inmaculadas camisas que lleva George Valentin en su etapa estelar, sus pantalones cuando entra con paso elástico y sonrisa infinita en los estudios, ajeno a la tormenta que se avecina. Blancas son las ropas de los nuevos fichajes de Kinegraph, que suben victoriosos y radiantes en su camino al éxito, en la magistral escena de la escalera, que recuerda la puesta en escena de tantas películas UFA.
George Valentin, un personaje inspirado en Douglas Fairbanks, legendario héroe sonriente y carismático de las películas mudas, viste de frac y usa el sombrero de copa, al principio y al final de la película, con un sorprendente e inteligente uso del sonido.
La decadencia de Valentin se expresa no sólo con tejidos ajados y anodinos sino en los cortes, en las hechuras. El traje que lleva en la trágica escena del fuego representa el fondo del abismo, de la frustración vital: Valentin toca fondo. El traje le queda grande y Bridges logra que el espectador vea a Dujardin empequeñecido, con el pecho hundido, desinflado. Bridges remarca el efecto, explotando el contraste entre el frac impecable hecho a medida que marca hombros y cintura con la americana desfondada y arrugada, de un tejido que sin ser miserable es corriente, discreto.
Bérénice Bejo –Peppy Miller– empieza siendo la chica sencilla y luminosa, con vestidos de crepé y unas inmensas ganas de gustar, de dejar de ser una más entre las chicas del coro, al fondo del plano. Sus ojos devoran un Hollywood reluciente, de cartón piedra, listo para ser conquistado.
Bridges presenta a Peppy Miller fresca, vitalista, dispuesta a comerse el mundo. Con ropa ligera que se mueve con el dinamismo de su portadora, el vestido con aire marinero sonríe como ella. La única joya de Miller es su propia sonrisa.
Llevará collar de perlas cuando concede una entrevista en la que, sin quererlo, ridiculiza a las estrellas del cine mudo y rompe el corazón de Valentin. Ese collar está unido a una cadena que no vemos, la cadena que ata a Peppy Miller a un tiovivo que no puede parar, con unos puestos muy solicitados y otros despreciados. Perlas para quitar encanto a un personaje que era el Encanto, una -otra- elección muy inteligente.
Bridges viste con sagacidad otro de los dramas silentes y minimalistas de la historia: el distanciamiento entre Valentin y su esposa. Es imposible no recordar la situación gemela de Los viajes de Sullivan (1941), la inolvidable película de Preston Sturges, con un triángulo Joel McCrea–Veronica Lake–Jan Buckingham, claramente inspirador de toda la película de Hazanavicius y, específicamente, del trabajo de Bridges al vestir al trío Jean Dujardin–Bérénice Bejo–Penelope Anne Miller.
En la primera escena en la que aparecen juntos desayunando, hay cuellos desabrochados, ropa cómoda y luz iluminando la estancia. A medida que avanza la historia, la ropa de ambos se vuelve más formal, simbolizando la pérdida de esa intimidad. La luz va menguando. George ni siquiera lleva su cómoda y elegante bata de estar en casa, ahora aparece tenso, incómodamente vestido, fuma y lee el periódico.
De la cabeza a los pies, The artist es un alarde de sabiduría en la elección y confección del vestuario, de esa clase de vestuario que parece fácil y precisamente por eso es muy difícil.
Y terminemos por los pies: es llamativo el mimo con que se han confeccionado los zapatos, creados todos ex profeso para la película ya que los tallajes han cambiado de forma espectacular desde la época hasta la actualidad.
El par que Peppy muestra cuando consigue su primer papel fue diseñado por el propio Mark Bridges, utilizando cinta de pintor y spray, y añadiendo decoración plata y negra típica de la “época del jazz”. El resto de zapatos que muestra son Capezio, Mary Jane con pulsera de tobillo y T-strap con una correa que une la zona de la punta redondeada con la pulsera del tobillo, formando una “T” que marca este tipo de calzado.
El cine ha sido siempre viaje y en esta película el camino que recorre Valentin va desde su inadaptación al sonido -simbolizada por las ropas de bandolero que lleva cuando le muestran la nueva tecnología- hasta su apertura al cine sonoro gracias al musical, en el que se exhibe por primera y última vez con un traje de chaqueta cruzada. Suena brevemente la voz de Valentin, con su jovial inglés con acento. Y suena la música y leemos los créditos y volvemos a entender, cinco Oscar después de todo, que cuando un director agradece el trabajo de su equipo no está siendo amable, está siendo justo.
Laura Velasco
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