Western Costume Company
· Western Costume Company | Su exhaustiva labor de años ha hecho que en la actualidad cuenten con más de millón y medio de artículos perfectamente catalogados.
Wester Costume Company | “This is a big country”… Ésta es la altanera sentencia que escucha Gregory Peck repetidamente en Horizontes de grandeza (1958) porque todos insisten en hacerle ver la magnitud del nuevo mundo y en especial del Salvaje Oeste. También nos surge espontánea dicha afirmación cada vez que nos acercamos, aunque sea virtualmente, al universo de Hollywood. Y por eso no nos extraña encontrarnos en las calles de Los Angeles lo que podríamos calificar como el armario más grande del mundo: más de 11.000 m2 repletos de trajes con los que se han vestido los actores en cientos de películas. Pertenecen a la Western Costume Company, una empresa fundada en 1912 y que desde entonces ha creado, confeccionado, custodiado, alquilado y documentado el vestuario requerido por los grandes estudios que levantaron Hollywood, en especial la Paramount, de la que llegó a formar parte durante algunos años.
Su nacimiento va paralelo al del propio Hollywood y a su género estrella, el Western, del que a modo de homenaje tomó el nombre la compañía. La fundó L.L. Burns, un amante de la cultura de los indios de Norteamérica que, tras unos años viajando por las reservas indias, llegó a Los Angeles dispuesto a vender todos los artículos étnicos que había adquirido. El cine mudo crecía con rapidez allí y Burns pudo ver bastantes “películas de vaqueros” de las que se estaban rodando y darse cuenta de lo poco acertado que era el atuendo de los indios que aparecían en los filmes. Decidió entonces hablar con William S. Hart, director y actor de la mayoría de ellos y acordó suministrarle el vestuario y los objetos de atrezzo adecuados. El hecho de que Cecil B. DeMille utilizara su vestuario para The Squaw Man (1914), la primera película que dirigió, supuso un importante espaldarazo para el desarrollo de la empresa, que comenzó a participar en numerosas producciones de diferentes estudios sobrepasando el mundo de las películas del Oeste para internarse en otras épocas de la historia. Suyo fue el vestuario de la Guerra de Secesión que narrara D.W. Griffith en El nacimiento de una nación (1915) y también colaboró en el de Intolerancia (1916), donde se ampliaban aún más los escenarios históricos que debían recrear. Desde esos primeros pasos de las grandes producciones del cine mudo hasta la reciente The artist (2011), esta empresa no ha dejado de crecer.
La Western Costume Company ha estado siempre al servicio del cine suministrando todo lo que sus realizadores necesitaran. Se ocupan principalmente de confeccionar el vestuario de los extras, que luego almacenan para poder reutilizarlo en otras producciones. En otros casos participan tan solo prestando parte de su colección como han hecho últimamente en Master & Commander (2003) o en la serie Los Tudor (2007), por citar algunos ejemplos. Se encargaron también de algunas creaciones únicas como el traje de Chaplin en El gran dictador (1940), la capa de Yul Brinner en El rey y yo (1956) o los míticos chapines colorados de El Mago de Oz (1939). Aunque quizá sus trabajos más recordados sean los realizados en Lo que el viento se llevó (1939) y Sonrisas y lágrimas (1963), en las que se encargaron de casi todo el vestuario.
En la actualidad cuentan con más de millón y medio de artículos perfectamente catalogados y clasificados en sugerentes apartados: “Egyptian”, “Viking”, “Roman”, “Confederate Civil War”…
Pero la aportación material de la Western no se ciñe solo a los trajes. Desde el principio se ocupan también de los zapatos, sombreros, armaduras o joyas. Todavía conservan la corona de oro y gemas que Claudette Colbert lucía en Cleopatra (1934), aunque se encuentra muy deteriorada debido a los continuos usos que se le han dado. Pero no todo lo fabrican ellos. Compraron en Europa mobiliario, menaje y adornos de antiguos castillos del XIX para La marcha nupcial (1928), de Von Stroheim, que luego se quedaron en sus almacenes o rastrearon las subastas dando con el traje de Tyrone Power en El hijo del Zorro (1940).
Toda esta exhaustiva labor de años ha hecho que en la actualidad cuenten con más de millón y medio de artículos perfectamente catalogados y clasificados en sugerentes apartados: “Egyptian”, “Viking”, “Roman”, “Confederate Civil War”… lo que ha llevado a afirmar a Deborah Nadoolman, diseñadora de vestuario y escritora, que esta firma es el “panteón de Hollywood”.
Pero no son estas espectaculares cifras las que hacen diferente a la Western, sino el espíritu que late bajo sus actividades. Todos sus integrantes tienen muy claro que el diseño de vestuario es definitivo en la realización de una película. Abramowitz, antiguo dirigente de la firma, comentaba que “todo en un filme es visual y el vestuario es una de las cosas que la gente primero ve y más recuerda […] por lo que en cierta manera, la Western es Hollywood”. Jennsen, otro figurinista, afirmaba en la misma línea que “se puede filmar la escena más bonita del mundo pero son los patronistas, los probadores y los sastres los que le dan vida”.
Esta seriedad con la que afrontan el diseño de vestuario se demuestra en la enorme biblioteca que alberga la Western y que se ha convertido en un importante centro de investigación con más de 50.000 volúmenes, algunos de ellos editados en el siglo XIX. También se constata esa profesionalidad en que todos los artículos, y sus diferentes usos, están perfectamente documentados. A modo de ejemplo comentaremos que de los citados chapines colorados que calzaba Judy Garland, se sabe que se hicieron siete pares, que cada uno de ellos está cosido con 2.300 puntadas, que la actriz gastaba un 35 o que el par de prueba se vendió en una subasta por 551.000 $.
Todo esto nos conduce al otro aspecto relevante del espíritu de la Western Costume Company: su visión histórica; su convicción de que también el cine contribuye a forjar la historia de un país. Bill Haber, que formó parte del equipo que reflotó la Western tras una grave crisis en los 70, explica que para él fue una prioridad mantener la integridad de la colección a pesar de que habrían ganado mucho dinero vendiendo su contenido. Tenían claro que debían legarlo a las generaciones futuras para que entendieran el papel del cine en la formación de los Estados Unidos.
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