Inicio Artículos Vestuario y Estilo Kaurismäki: hombres silentes, objetos parlantes

Kaurismäki: hombres silentes, objetos parlantes

La nueva película de Aki Kaurismäki, Fallen Leaves, se proyecta en el Festival de Cine de Sevilla

Aki Kaurismäki

Kaurismäki: hombres silentes, objetos parlantes

· La nueva película de Aki Kaurismäki, Fallen Leaves, se proyecta en el Festival de Cine de Sevilla el domingo 26 (19:15 h.) y el miércoles 29 (19:30 h.) de noviembre en Nervión Plaza.
(Estreno en cines 27 de diciembre de 2023).

· Aki Kaurismäki: «No quisiera que mis películas fueran tomadas por lo que no son. Todo está en la superficie, no hay significados ocultos».

El arco de transformación del director fin­landés Aki Kaurismäki (Ori­mattila, 1957) culmina en una película llamada El Havre, don­de se mantienen animadas conversaciones en los bares y los personajes toman decisiones valientes y ge­ne­rosas. Una novedad en una filmografía po­blada de personajes silenciosos y taciturnos so­bre espacios de rojo gastado y azules eléctricos.

La clásica atmósfera azul donde conviven personajes y objetos.

Los personajes apenas hablan pero los espacios don­de viven tienen una poderosa capacidad para expresar su mundo interior.

Después de trabajar en la fábrica, Iris continúa la tarea para su padrastro.

El director de Un hombre sin pasado prefiere guiarse por la máxima cinematográfica de mostrar antes que na­rrar.

Con frecuencia, Kaurismäki invierte el orden natu­ral de las tareas cuando adelanta la búsqueda de locali­za­ciones a la escritura del guion. Como un sabueso, in­vestiga y olfatea lugares auténticos, desgastados y rea­les, ricos en matices, con una fuerte carga existencial.

Y, una vez allí, imagina los seres y las tramas que po­blarán estos recodos.

Es la sabiduría adquirida «sumergiéndose en la vida de las cosas creadas», como escribió Walter Benjamin.

A esto se añade el universo kitsch. El propio director lo admite: «Me gustan los objetos».

Y Kati Outinen, su actriz predilecta: «Preferimos co­sas viejas, objetos con cierto feeling. Nos parece terrible tirar cosas viejas solo porque tienen una grieta. In­tentamos ser europeos modernos, pero en el fondo de nuestros corazones somos gente taciturna».

La cocina donde la mujer del limpiabotas, extranjera y enferma, trabaja.

En este sentido nuestro país no es muy diferente. Los españoles, según encuesta, tardamos una media de veinte años en deshacernos de los enseres que han si­do recluidos en el trastero.

El frutero de barrio le oculta información al detective.

«Los objetos y los lugares adquieren una realidad ma­terial autónoma que los hace valer por sí mismos», señaló Deleuze sobre el cine de Visconti.

Lo trivial, lo transitorio, lo retirado de la circulación. Cacharros obsoletos, anticuados, feos.

No la belleza, sino solamente un cierto aura de lo que fueron las cosas. Objetos con una fuerte carga afec­tiva.

Y ya está construido el paisaje donde enmarcar las vi­das de los protagonistas. Más que paisaje, ruina.

«Necesito ruinas para poder encuadrar», nos dice el di­rector de Luces al atardecer.

Un jarrón solitario observa la mirada perdida.

Cuando estudiábamos arquitectura hablaban nuestros maestros de la capacidad de los entornos para modelar a sus habitantes. Y no les creíamos del todo. Pero qué gran verdad. Un espacio puede ser opresivo, o pue­de resultar oxigenante.

El inadaptado vigilante de seguridad conoce una mujer que le hace caso.

En el cine como en la vida las decisiones son, deberían ser, producto de la libertad personal, pero el entorno también hace su trabajo: constriñe o expansiona el ánimo.

El cineasta mexicano Iñárritu admite conceder muy po­ca libertad de movimiento a sus criaturas. Sucede lo contrario en cintas como Cadena perpetua, de Frank Da­rabont, donde el personaje de Tim Robbins sale ade­lante gracias a su fuerza interior.

La secuencia inicial de La chica de la fábrica de cerillas es una sucesión implacable y repetitiva de montaje industrial.

«Me han gustado siempre los motores -dice el director finlandés-, las verdaderas máquinas mecánicas con ro­damientos y, a ser posible, sistemas hidráulicos. Las ver­daderas máquinas son de metal».

Un jukebox y un billar enormes contrastan con la pequeña protagonista.

Es el entorno deshumanizado del proletariado, que em­puja a unos a cometer actos terribles sin pestañear, y a otros a recibir la injusticia sin opción a defenderse. La alienación del hombre moderno.

Aunque tampoco hay que exagerar. El cine de Aki es más irónico que reivindicativo. A veces, incluso, tier­no. Y además, la gente cambia. Ya lo hemos visto en El Havre.

«No quisiera que mis películas fueran tomadas por al­go que no son. En ellas todo está en la superficie, no hay significados ocultos». Palabra de Kaurismäki. Una excelente brújula para navegar por su cine.

Arturo Peris

Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil