· La idea del orden y la geometría es una constante en el cine de Kubrick, y sus orígenes pueden rastrearse hasta el Bronx de los años 30.
Durante casi medio siglo el cine de Kubrick hurgó sin contemplaciones en las cavidades más profundas del ser humano, lugares por los que el director demostró una fascinación parecida a la de un niño quemando una hormiga con una lupa. Sus películas, calculadas de forma tan meticulosa que algunos aún las acusan de cínicas y poco humanas, aspiran al equilibrio perfecto entre forma y contenido. Si Stanley Kubrick tuviese que elegir entre el triunfo de estilo de Eisenstein y la maestría para contar historias de Chaplin se decantaría por el segundo, pero «afortunadamente, las dos aproximaciones no se excluyen mutuamente».
El segundo gran estímulo es una de sus pasiones más tempranas: el ajedrez. Una afición muy acorde a su meticulosidad, y que ha sido homenajeada directamente en varias de sus películas. En el ajedrez profesional, el jugador no solo debe calcular cuidadosamente cuál va a ser su próximo movimiento, sino que debe hacerlo en un tiempo determinado, antes de que se agote el plazo. Esta fricción entre la ejecución escrupulosa y la carrera contra el reloj es tratada en obras como Atraco perfecto (1956) o ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (1964), pero sobre todo puede servir como metáfora del proceso de producción de sus películas. Aunque sin duda la idea principal que se traslada a su cine es la del jugador que mueve las piezas del tablero a su merced. Kubrick es un director demiurgo, que conoce el devenir de sus personajes e incluso los empuja a destinos fatales por el bien de la historia, para que todo encaje a la perfección.
Estas dos cualidades se combinan de forma única para consolidar el universo visual de su filmografía. Las localizaciones se despliegan en grandes formas rectangulares de patrones multiplicados en mosaicos. La alfombra del Hotel Overlook (hablamos de El resplandor) por la que Danny conduce su triciclo no hace más que reiterar (con malicia y alevosía) la condición laberíntica del lugar, y uno de los momentos más escalofriantes muestra a Jack Torrance observando una réplica en miniatura del mismo laberinto de setos por el que más tarde va a perseguir a su familia, en un gesto casi borgiano donde cada cosa está contenida dentro de sí misma cíclicamente.
Para Kubrick, en un mundo dominado por el caos y la confusión, la geometría solo puede ser la manifestación de un ente controlador. En Teléfono Rojo, los más altos cargos de la nación se reúnen en un búnker triangular, y conversan en una mesa circular. Los jóvenes delincuentes de La naranja mecánica (1971) se organizan en grupos de cuatro, y visten todos la misma indumentaria. Esta idea se lleva a sus límites en 2001: Una odisea del espacio (1968). El monolito que supervisa los progresos de la evolución humana es un simple rectángulo monocromático de superficie impoluta, y la alineación de los planetas como rito cósmico de celebración ante la llegada del nuevo superhombre es el desproporcionado extremo al que puede llegar el director para transmitir el concepto de orden. La propia raza humana parece buscar esas mismas formas armónicas en el diseño de sus naves espaciales.
Senderos de gloria (1957) y La chaqueta metálica (1987) abordan la temática bélica porque el ecosistema militar, en el que todos los soldados deben seguir una estricta rutina y marchar en formaciones simétricas, ayuda a Kubrick a profundizar en su constante visual. El grado de perfeccionismo es tal que la propia estructura narrativa también es construida de forma simétrica, como puede apreciarse en el guion de Barry Lyndon (1975), al que se le añaden secuencias no incluidas en la novela original: dos duelos, uno al principio y otro al final.
Un abismo al que a veces solo Stanley Kubrick era capaz de mirar.
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