· En la tercera entrega de su ensayo, Jacobo Poole examina el dilema Vida-Muerte, núcleo metafórico de la película.
¿Quién mató el mundo?
«Mi vida se apaga… mi vista se oscurece… sólo me quedan recuerdos. Recuerdos que evocan el pasado. Una época de caos, de sueños frustrados, éste páramo. Pero sobre todo, recuerdo al Guerrero de la Carretera, al hombre que llamábamos Max.
Para comprender quién era hay que retroceder a otros tiempos, cuando el mundo funcionaba a base del combustible negro, y de los desiertos surgían grandes ciudades de tuberías y acero. Ciudades desaparecidas, barridas… Por razones olvidadas hace largo tiempo, dos poderosas tribus guerreras se declararon la guerra, provocando un incendio que devoró a las ciudades.
Sin combustible ya no eran nada. Construyeron una casa de paja. Las máquinas rugientes jadearon y se detuvieron. Los líderes hablaron… y hablaron… y hablaron. Pero nada pudo detener la avalancha. El mundo se tambaleó. Las ciudades estallaron en un vendaval de pillaje, en una tormenta de miedo. Los hombres se comieron a los hombres. Los caminos eran pesadillas interminables. Sólo sobrevivían los que se adaptaban a vivir de los desechos o eran tan brutales como para dedicarse al pillaje.
Bandas de malhechores se adueñaron de las carreteras, listas para entablar combate por un tanque de gasolina. Y en medio de este caos de ruina, los hombres normales sucumbían aplastados. Hombres como Max… el Guerrero Max… que con el tremendo rugido de una máquina lo perdió todo. Y se convirtió en un hombre vacío, un hombre quemado y sin ilusión. Un hombre que, obsesionado por los fantasmas de su pasado, se lanzó sin rumbo al páramo. Y fue aquí, en este lugar desolado, donde aprendió a vivir de nuevo”.
Eso oímos en la secuencia de apertura de Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera (1981).
Uno de los temas principales de Mad Max: Fury Road es la contraposición vida-muerte, cada una de ellas representada por un sexo: los hombres son los novios (esclavos) de la muerte, causantes de las guerras y la tiranía; las mujeres son agentes de la vida, que luchan por abrirse camino en este demencial mundo posapocalíptico.
Incluso Inmortan Joe es consciente de ello y debe respetarlo: sabe que es inmortal solo de nombre y que la única forma de transmitir su legado es a través de sus herederos, unos descendientes sanos e inteligentes que puedan desempeñar su función cuando él muera. Lo dice el Granjero de Balas: «Todo esto por una disputa familiar, hijos sanos».
También queda constancia de este anhelo recurrente en la escena en que Inmortan está a punto de disparar a Furiosa pero Angharad, su tesoro favorito, se interpone entre los dos: no es casual que su tripa de embarazada se note más que nunca; ella porta la vida e Inmortan, a pesar de ser un tirano y un agente de la muerte, valora la vida, aunque sea solo la de su descendencia. Es lo único que no puede obtener de sus chicos de la guerra y por eso se entrega a una persecución implacable para recuperar sus «bienes» protegidos.
Semillas y balas. Vida-Muerte
La materialización del conflicto vida/muerte es la antítesis que Angharad utiliza para llamar a las balas: semillas de vida, semillas de muerte; plantaciones de vida, cultivos de muerte.
Los warboys no son sino balas que dispara Inmortan: el tirano los envía a matar y a morir por él. Gracias al fanatismo pseudoreligioso que profesan los warboys, Inmortan logra que no duden y que se inmolen en su nombre, prometiéndoles que atravesarán las puertas del Valhalla. Es llamativo que en el sacrificio hay un gran empeño por parte del que muere de que su pretendido acto heroico sea presenciado por los de egoísmo, pues se aseguran que sus compañeros sean testigos y puedan contar su gesta, y, por supuesto tener el acceso garantizado a su paraíso.
Por el contrario, las Grandes Madres Vulvani, aunque no están libres de la crueldad de ese mundo, matan solo por necesidad; aprecian y promueven la vida, como le enseña la Guardiana de Semillas, una de las madres más ancianas al personaje de Abbey Lee, «planta una semilla por cada vida que arrebates». Se afanan para que vuelva a haber vegetación, no solo la que perdieron en el Paraje Verde, donde se contaminó la tierra y se pudrieron los cultivos, sino que planta una en cada sitio que puede.
Abbey Lee
-Con eso matas gente, ¿no?
Guardiana de Semillas
-Maté a todos los que me encontré aquí. Disparos a la cabeza. A todos. Justo en la médula.
A-Creí que estaban por encima de todo eso.
G -Ven aquí. Echa un vistazo.Semillas.Son de nuestro hogar. Reliquias de familia.No han sido alteradas. Planto una siempre que puedo.
A -¿Dónde?
G -Hasta ahora, nada prendió. La tierra es muy infértil.
A -Hay de muchas clases.
G -Árboles, flores, frutas. En el pasado, todos tenían lo que querían. En el pasado, no había necesidad de matar a nadie.
En La Ciudadela también hay vegetación y cultivos, se encuentran en lo alto, fuera del alcance de los moradores del páramo, son el símbolo del poder de Inmortan, esta división cielo/tierra está muy marcada por la fotografía y el color, el cielo azul, el desierto naranja, separados por la clara franja del horizonte.
Llama la atención que incluso los vehículos de guerra son descendidos con poleas hasta el suelo, hasta la arena. Sobre la superficie desértica el hombre no es más que una pequeña mota de polvo frente a los elementos, no tiene ningún control, sino que como las serpientes está condenado a arrastrarse en sus vehículos y luchar con los demás por el territorio.
Una de las escenas más sobrecogedoras, es la gigantesca tormenta de arena, frente a la cual no cabe más que sentirse maravillado, como le ocurre a Nux. Esto es el desierto, el hombre ha perdido su dominio. La Ciudadela, en la altura, es uno de los pocos lugares donde resguardarse, pero está dominada por la dictadura patriarcal de Inmortan, y no es hasta que Furiosa es ascendida cuando se libera el control de los recursos (el agua como compendio de la vida y del futuro), devueltos al pueblo que muere a la intemperie.
Entonces, «¿Quién mató el mundo?». Fueron los hombres, hombres como Inmortan Joe, preocupados en controlar y no en producir, de forma sostenible. Un patriarcado feroz y en decadencia, encarnado por este villano con la marca personal de una calavera gritando.
«¿A dónde debemos ir los que vagamos por este yermo, para encontrar lo mejor de nosotros?«. El último historiador. Frase final de Mad Max: Fury Road.
Tanto en la religión cristiana como en la judía, el desierto tiene un significado especial, Moisés tras la huida de Egipto pasó con el pueblo de Israel 40 años vagando por el desierto y finalmente cuando alcanzaron la tierra prometida le fue prohibida la entrada. El mismo Jesucristo hizo penitencia en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, en ayuno y oración.
El desierto es utilizado como penitencia para expiar los pecados de los hombres, un lugar árido y hostil en el que no existen comodidades. Es, en definitiva, un purgatorio a través del cual hay que pasar para poder acceder al cielo. Ya he mencionado la separación entre el cielo y el desierto que se produce en Mad Max, lo elevado se encuentra en las alturas, que es donde terminan Furiosa y los supervivientes del grupo, y en la gran llanura desértica se quedan los hombres.
La frase final del filme habla sobre el sentido de la vida en la tierra. «¿A dónde vamos?«. Una de las grandes preguntas perennes de la Humanidad.
Max es un hombre atormentado y está condenado a vagar por el desierto con la esperanza de purificarse. Hasta que las voces de su cabeza dejen de atormentarle.
Jacobo Poole
“Mad Max: Fury Road” como algo más que un gran espectáculo de acción orquestada (parte I)
El héroe en “Mad Max: Fury Road” (parte II)
El realismo metafórico en “Mad Max: Fury Road” (y parte IV)
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