Star Wars. Episodio VII: El despertar de la Fuerza se desarrolla treinta años después de El retorno del Jedi, por lo que la moda dentro de la galaxia, como en la vida real, ha evolucionado
· Vestuario en Star Wars: El despertar de la Fuerza se desarrolla treinta años después de El retorno del Jedi, por lo que la moda dentro de la galaxia, como en la vida real, ha evolucionado.
Llegó y la conocimos. Por fin tuvimos la oportunidad de ver en la pantalla a la tercera generación de la saga Star Wars (1977 – 2015). Star Wars. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (J.J. Abrams, 2015) quizá sea la película más esperada de las últimas décadas, que ha conseguido reunir en las salas de los cines, una vez más, a padres e hijos.
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Parece que el título hace referencia a ese renacer cinematográfico que la saga perdió con la anterior trilogía, La amenaza fantasma (1999), El ataque de los clones (2002) y La venganza de los Sith (2005), y a esa fuerza con la que llegan los nuevos jóvenes protagonistas. Es significativo que dos de ellos sean actores desconocidos, Daisy Ridley (Rey) y John Boyega (Finn). Otros dos, algo más experimentados, Oscar Isaac (Poe Dameron) y Adam Driver (Kylo Ren), iconos de una ola de películas en las que la juventud soñadora actual cree ser especial, quiere hablar y quiere hacerse notar. Es el caso de A propósito de Llewyn Davis (Ethan y Joel Coen, 2013), en el que el personaje de Isaac se ve como el nuevo Bob Dylan o el trabajo de Driver en Mientras seamos jóvenes (Noah Baumbach, 2014), toda una declaración de intenciones sobre el cambio de generación. Este último también conocido por su personaje en la serie de la nueva voz por antonomasia, Girls (2012 – act). Jóvenes desencantados, llenos de sueños. Es evidente que nos encontramos ante un despertar de la fuerza.
Una confrontación generacional entre lo clásico y lo moderno, entre el ayer y el hoy, en definitiva, entre padres e hijos. El estilo visual del nuevo episodio recuerda a los pictóricos encuadres galácticos que George Lucas utilizaba en la primera entrega allá por los años 70. Sin embargo, los haces de luz azul tan característicos en el cine de Abrams (Super 8, Star Trek) quedan patentes nada más empezar la película. El disparo láser congelado con el destello añil nos dice que se trata de una película con la marca de la casa de su director. Un director que siendo niño se nutrió de películas de Lucas y de Spielberg, como en su día el creador de la saga bebió de Kurosawa. El padawan ha llegado a maestro.
Star Wars. Episodio VII: El despertar de la Fuerza se desarrolla treinta años después de El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983), por lo que la moda dentro de la galaxia, como en la vida real, ha evolucionado. Este desarrollo de la indumentaria a través del tiempo se refleja principalmente en los uniformes de los Guardias de Asalto. «El público actual se ha vuelto sofisticado». Con estas palabras como punto de partida, el diseñador se puso a trabajar hasta que miró el teléfono móvil que tenía delante y se preguntó: «¿Qué haría Apple?». Bajo premisas propias de la casa fundada por Steve Jobs, se fue forjando un diseño resistente, con cascos de una sola pieza, con líneas más sencillas que los Guardias Imperiales, más elegante, más pesado, como de alta gama. Para estos uniformes se emplearon máscaras militares, tubos y mangueras, materiales reutilizados fruto de su experiencia en Blade Runner, de la que aprendió muchísimo gracias a ese aspecto retrofuturista que su director, Scott, le pedía.
Recuerda Kaplan que al ver las primeras películas de la saga no entendía por qué los trajes de la Alianza Rebelde y del Imperio tenían las mismas tonalidades verdes y caquis. Ahora que estaba en posición de hacer algo nuevo, quiso cambiarlo. Diferenciar claramente las dos fuerzas, no solo en los colores, sino también en los tejidos utilizados. Para la nueva Resistencia mantuvo los colores caquis, ocres, verdes y añadió unos naranjas más brillantes que daban un aspecto más cálido a los rebeldes y hacían que gozaran de más viveza. Para estos conjuntos utilizó texturas de algodón, lanas y fibras naturales en contraposición a los metalizados, sintéticos y endurecidos materiales en colores grises y negros que utilizó para el vestuario de la Primera Orden. Para estos últimos tomó como principales referencias la estética y diseños de Thierry Mugler en la década de los 80 y los uniformes nazis de la Segunda Guerra Mundial, como el del General Hux, interpretado por Domhnall Gleeson.
A la hora de enfrentarse a viejos conocidos por el público, el diseñador pensó que no tendría mucho sentido cambiar completamente su estilo, ya que ellos seguían siendo las mismas personas. Esto ocurrió en gran medida con el personaje de Han Solo (Harrison Ford) y Leia (Carrie Fisher). Pequeños retoques, pero manteniendo líneas y colores. Un ejemplo de ello es la chaqueta de Solo a la que hace referencia el guion en un momento de la película, un pequeño guiño al pasado.
Como en su día ocurrió con los personajes de Anakin y Padmé, el vestuario de Rey y el de Kylo Ren fue un reto interesante para Kaplan, ya que son nuevos para el público. El de la joven fue el primero en el que trabajó. Para él fue un alivio que aún no estuviera elegida la actriz, Daisy Ridley, ya que, según él, le permite elaborar los diseños con una mayor objetividad y sin que el cuerpo le condicione el trabajo. Partiendo del guion, el diseñador extrajo algunos datos sobre el personaje de la chica como, por ejemplo, que no había salido de su desértico planeta, que era pobre y que era chatarrera. Esto le permitió confeccionar prendas que resultaran prácticas para el estilo de vida que llevaba la joven por su condición de chatarrera. Fruto de ese instinto de supervivencia que caracteriza este personaje son las gafas que lleva al comienzo de la película. Kaplan quería que el espectador viera esas gafas como parte de la forma de ser de Rey, unas gafas que probablemente eran de un Guardia de Asalto, enganchadas a una tela que la protegen de las tormentas de arena. Esta tela es la que luego rodea el cuerpo de Rey. Al igual que ocurría con Anakin como esclavo y Luke trabajando en la granja de Tatooine, la paleta de colores de ella es de color arena y tonos marrones, colores terrosos característicos del desértico planeta en el que vive desde que era niña.
El diseño más complejo, por su condición de villano, fue el de Kylo Ren, interpretado por Adam Driver. El principal objetivo de Kaplan y su equipo fue que, a través de su máscara y demás prendas de vestir, Ren intentara imitar a Darth Vader, pero con un toque infantil. Se añadieron unas líneas curvas reflectantes dando un estilo de los años 70, década en la que se empezó la saga, en la que nació Vader. Cada prenda del personaje de Driver tiene una textura y forma determinadas, como es el caso de las pesadas mangas, elaboradas a partir de una lona que fue teñida, plisada y, por último, encerada.
Como dice el título, la fuerza de la nueva generación ha despertado y con ella un mundo visual y textil que creímos perdidos con El retorno del Jedi. Una moda que vuelve y evoluciona. Esta película resulta ser el principio del final, una saga que ya se acaba, una saga con estilo propio que con este séptimo episodio parece decirnos que aún nos queda moda galáctica para rato.