· Morgan elige la muerte de Diana de Gales como detonante que propicie el conflicto generacional, un choque de mentalidades.
Como es sabido, el guión cinematográfico suele organizar los hechos relevantes de una historia, disponiéndolos de acuerdo con una estructura dramática que podría resumirse con una sencilla fórmula aristotélica, que siguiendo el estilo usado por autores de libros sobre estrategias de guion cinematográfico como Mckee, Tobias, Field y Sánchez-Escalonilla, rezaría así:
- Alguien.
- Comportamiento ordinario de alguien.
- Problema que golpea a alguien.
- Comportamiento extraordinario de alguien.
- Vuelta de alguien a la normalidad.
Según revela el propio Peter Morgan, guionista de The Queen, la idea inicial de hacer una película sobre un día en la vida de la reina Isabel II, sobre la institución monárquica, presentaba a su juicio una dificultad evidente y prácticamente insalvable: la vida cotidiana de la Reina es aburrida. Es por eso que fue tomando cuerpo la intuición de que la película debía girar sobre la tensión entre la tradición y la modernidad.
Morgan elige la muerte de Diana de Gales como detonante que propicie el conflicto generacional, un choque de mentalidades: la tradicional de la Soberana y la moderna que inspira el programa de gobierno y la actuación pública del Primer Ministro, Tony Blair.
Blair e Isabel II gestionarán de manera muy distinta las reacciones de la opinión pública, convenientemente manipulada por unos medios de comunicación que, en cierto sentido, atacan despiadadamente a la Monarquía con la intención de que la opinión pública no les señale como causantes de la trágica muerte de Diana.
La reflexión de Morgan sobre las consecuencias de la muerte de Diana define cómo va a ser su acercamiento a la historia:
“Cuando la Princesa Diana murió en un accidente de coche en 1997, pocos podrían haber predicho el impacto que el hecho tendría en amplios sectores de la población británica, así como en la vida política de Gran Bretaña.
Tras su separación del príncipe Carlos, Diana había dado muestras de no estar dispuesta a permanecer en un discreto segundo plano y desaparecer de la vida pública. Aunque fue la mujer más fotografiada y probablemente se puede afirmar que la más famosa del mundo, su muerte a destiempo produjo un cambio brutal en la opinión pública británica, en su actitud hacia las muestras públicas de dolor y en su actitud hacia la monarquía.
Como inspiración para la película, los hechos que rodearon la muerte de la princesa lo tenían todo, una muerte tras una terrorífica persecución por parte de paparazzis, una joven muerta cruelmente en la plenitud de su vida, una relación sentimental controvertida interrumpida antes de que pudiera florecer, un público devastado por la noticia de su muerte y la prensa acusada de causar la muerte de Diana, y por eso intentando desesperadamente desviar la atención”.
Una crisis muy Real
El guión de Morgan plantea un conflicto bien definido, la situación más peliaguda por la que ha atravesado la Corona británica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este desafío, que terminará por ser una lucha por la supervivencia, es el que impulsa la película.
Para el productor Andy Harries fue el recuerdo de cómo la familia real y la Reina reaccionaron a la muerte de Diana, lo que les movió a plantear la película con una familia real anclada en un protocolo que marca distancias con la manera popular de enfrentarse a los acontecimientos luctuosos.
“Lo que me fascinaba de la historia de Diana y la Reina era que una reina que envejecía cuyo reinado estaba enraizado en la época victoriana fuera desafiada por una joven princesa, quien, gracias a una serie de errores, se había visto mezclada con la familia real. Diana tenía un aura extraordinario alrededor. Recuerdo la semana que murió. Fue muy extraño, había una extraña calma, nadie sabía cómo reaccionar al principio. Entonces se produjo una explosión de dolor. ¿Era una emoción real?, ¿era fingida?”.
Es fácil comprender que una película inspirada por estas consideraciones debía necesariamente alejarse de un tono mordaz o caricaturesco. No se trataba de aprovechar la historia para ajustar cuentas con los distintos intervinientes en el drama, sino más bien de propiciar un acercamiento mesurado a una cuestión compleja, susceptible de ser abordada desde muy distintos puntos de vista. El objetivo era contar una buena historia, vestida con un aire intensamente documental pero con los tejidos característicos de la ficción dramática.
Era necesario un guión verosímil, en el que se impostarán situaciones (y los diálogos correspondientes) a los que nadie ha tenido acceso.
“Era esencial hacer una película tan cercana a la realidad como fuera posible. Peter Morgan tiene un gran talento para dibujar esa fina línea que separa lo que sabemos que ocurrió de lo que imaginamos que ocurrió”.
A Morgan se le planteaba el dilema de cómo seleccionar y organizar los acontecimientos generados por la muerte de Diana.
“Al principio pensé en un compendio de personajes en una acción de 24 horas y que se centrara en los diferentes personajes al mismo tiempo, que se veían afectados por los sucesos de aquel día. Pronto estuvo claro que lo realmente importante era la forma en que reaccionó la familia real durante la semana entre la muerte y el funeral. Era una familia en crisis, encerrada en el aislado mundo de Balmoral. La reina decidió que, para proteger a los niños, había que retirar las radios y los televisores. Así que vivían en un lugar de negación total de la realidad. La gente estaba en las calles reclamando una reacción de la familia real y no ocurría nada. Durante esa semana hubo un sentimiento antimonárquico muy fuerte, que fue avivado por la prensa que se dio cuenta de que el foco de la culpa se estaba dirigiendo hacia ella”.
Tony Blair y Downing Street
Pero centrarse en la familia real, solemne y extraordinariamente sobria en sus manifestaciones, podía resultar muy peligroso para una película que no pretendía renunciar a ser entretenida y amena. Se hacía necesario un contrapunto personal y ambiental, que no serían otros que Tony Blair y Downing Street, residencia del Primer Ministro. Así las cosas, la película plantearía el contraste entre el antiguo régimen, la monarquía hereditaria, y el nuevo, la democracia representativa. Como señala Morgan, la película terminó convirtiéndose en “una historia sobre la constitución, el liderazgo y el equilibrio de poder entre el primer ministro y la soberana”.
La recepción de los productores al tratamiento de Morgan fue entusiasta:
“La parte fascinante de la historia era lo que ocurría en privado. El gobierno de Blair había generado unas grandes expectativas en el electorado y los comentaristas políticos pero, cuatro meses después de la elección, no había habido ningún gesto significativo. De repente, con la muerte de la Princesa de Gales, Blair encontró un papel que jugar. El elemento clave de la historia era la relación entre el primer ministro y la reina, y Blair sabía que él podía ser una parte muy importante en esa relación.
El corazón de la historia de Morgan era perfecto en su simplicidad: por una parte tienes a la reina y a la familia real que se preparaban para capear el temporal en Balmoral, por otra, tienes al joven y dinámico Tony Blair, que comprendió la situación casi inmediatamente. Hasta cierto punto, él salva el futuro de la familia real al hacerles satisfacer las demandas de los medios modernos y de la opinión pública”.
La película debía desprender un intenso aroma de credibilidad y para ello había que prestar una gran atención a los detalles en las caracterizaciones de los personajes, en su forma de expresarse, en sus patrones de comportamiento. Los errores en estas cuestiones podrían dañar extraordinariamente a una película británica, inscrita en una tradición de producciones muy cuidadas. No hay que olvidar que ese empaque y credibilidad del así llamado “cine inglés de época” se dan por supuestos entre una masa de espectadores que llevan décadas viendo este tipo de películas que ha constituido un subgénero dentro del cine histórico.
“Uno de los elementos cruciales de The Queen es su atención milimétrica al detalle. Quizás esto no es sorprendente, dado que el tema que trata podría atraer críticas si no fuera escrupulosamente auténtica en lo que retrata, desde cómo se le sirve el desayuno a la reina a cómo se comporta con sus familiares más próximos en privado. Mientras escribía el guión, Morgan tuvo un equipo de investigadores filtrando la información, buscando fuentes cercanas a la familia real y buceando en los archivos de prensa y televisión. Es un proceso que el equipo ya había utilizado con gran éxito en The Deal. Robert Lacey e Ingrid Seward les asesoraron sobre la familia real. Autores de renombre internacional y cuyos libros son estudiados meticulosamente. El trabajo de Lacey incluye Royal: Her Majesty Queen Elizabeth II, The Queen Mother, Princess y la primera biografía seria de la reina, Majesty: Elizabeth II and the House of Windsor. Seward es editor jefe de la revista Majesty, una respetada publicación sobre la casa real, y en su momento tuvo acceso privilegiado a la princesa Diana cuando escribió sus best sellers The Queen & Di: The untold story y Diana: An intimate portrait”.
Morgan se entregó a la siempre difícil tarea de separar el grano de la paja, procediendo con cautela, consciente de que cualquier relato es, a fin de cuentas, una interpretación. Su manera de proceder, frecuente en este tipo de producciones basadas en hechos reales, es muy reveladora, especialmente cuando se refiere a la forma que tiene de construir los diálogos.
“Fui a ver a cualquier persona que quisiera hablar. Hay un montón de biógrafos tanto de la familia real como de los Blair y todos tienen sus fuentes, desde secretarias a mayordomos, a sirvientes, etc. Hay un montón de material ahí fuera, es cuestión de separar lo real de lo inventado.
Por supuesto, como escritor, tuve que especular, pero se hace más sencillo cuando, por ejemplo, hablo con alguien que trató personalmente con el príncipe Carlos la noche que murió Diana. Sé lo que dijo así que puedo escribir esa escena de manera bastante ajustada a la realidad. Cuantos más fragmentos de información tienes, mejor puedes averiguar cuánta credibilidad tienen las fuentes que utilizas.
Mi método es escribir lo que quiero que digan y luego investigar si es plausible, sorprendentemente lo más habitual es que esté en lo cierto. Hay escenas que son completamente fabricadas, la escena de la reina en Balmoral dónde se encuentra con el ciervo, por ejemplo”.
Sobre la intervención de Stephen Frears en el guión definitivo de la película, Morgan señala que “es un director-guionista”. Con esto quiere destacar que Frears se ha implicado decisivamente en la conversión del guión en relato audiovisual. En este proceso hay directores más y menos proactivos. Según Morgan, Frears fue extraordinariamente puntilloso.
“Repasa cada palabra y te hace volver atrás para hacerlas más claras. Me preguntaba constantemente qué creía yo que estaba ocurriendo en una escena, yo le decía X, Y y Z, y él me decía que eso no era lo que había escrito. Hubo una criba constante en el tono, el énfasis y la clarificación. Muy pocos directores tienen ese rigor intelectual”.
El punto de vista de Frears sobre la cuestión es claro. Manifiesta su experiencia como experimentado narrador audiovisual. Frears se decanta por el principio de ‘hacer fácil lo difícil’. “La mayoría de lo que se rescribió del guion -señala el propio director- tiene que ver con contar la historia mejor, siempre busco la manera de hacer las cosas más fáciles para el público”.
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