21 gramos: Tremendismo mexicano

Un accidente de tráfico vuelve a ser el punto de reunión y giro de las angustias vitales de un profesor de matemáticas (Sean Penn) que espera la donación de un corazón; de una mujer (Naomi Watts), madre de dos niñas pequeñas; y de un exconvicto (Benicio del Toro), padre de familia, que se ha reformado gracias a la Iglesia Evangélica. Para su segundo largometraje, el director mexicano de 40 años ha vuelto a contar con buena parte del equipo técnico de Amores perros (guión, fotografía, diseño de producción, música), al que se ha sumado Stephen Mirrione, el oscarizado montador de Traffic y Vidas contadas. Iñárritu ha vuelto a utilizar un proceso de tintado (bleach-bypass) del negativo que confiere a sus películas un impactante poder emocional que se amplifica aún más con las variaciones en el grano de la imagen. El trabajo de la diseñadora de producción, de la directora artística y del responsable de la fotografía logra un aire de normalidad, incluso de vulgaridad, muy adecuado.

Watts (candidata al Oscar a la mejor actriz) y Gainsbourg le ganan la partida interpretativa a Penn y Del Toro (aspira a un nuevo Oscar en la categoría de secundarios) en una cinta que abre demasiados frentes temáticos (la inminencia de la muerte, el desamparo ante la pérdida de los seres queridos, la venganza, la posibilidad de la redención, las relaciones entre la providencia divina y la libertad humana) que según declaraciones del director mexicano nacen de la siguiente proposición: «Si Dios sabe hasta el último pelo que se mueve en nuestra cabeza, ¿qué libre albedrío tenemos? Es lo que exploro en mis dos películas, porque es un tema muy atormentador para mí». Verdaderamente la pregunta nos la hemos hecho todos, pero la respuesta existe y desde hace mucho: si se admite que el tiempo está asociado a la materia y que Dios es espíritu y trasciende la materia, en Dios todo se conjuga en presente, no rijen para Él las categorías temporales de pasado y futuro. En segundo termino, que Dios lo sepa todo, no significa que Dios lo quiera todo. Precisamente porque el ser humano tiene libre albedrío (la capacidad de determinar su comportamiento y juzgarlo), es responsable de sus actos, de los buenos y de los malos. Contemplar a Dios como un ser caprichoso que no evita el mal pudiendo hacerlo es bastante ruín.

El derroche de fatalismo nihilista y cierto prurito esteticista lastran 21 gramos, muy cruda a ratos. A pesar del despliegue de talento técnico e interpretativo, no acaba de cuajar la historia, por culpa, quizás, de una narración excesivamente tremendista y fragmentada.

Ficha Técnica

  • Rodrigo Prieto
  • Stephen Mirrione
  • Gustavo Santaolalla
  • DUIP

EE.UU., 2004

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