Adú

· Película emotiva sobre emigración que combina diferentes puntos de vista y temáticas. Calvo hilvana las historias con bastante soltura y consigue dar cohesión a tres relatos que tienen poco que ver entre sí, y cuyo interés es muy diferente.

Adú, un niño camerunés de seis años, se pone en marcha con su hermana mayor con la esperanza de llegar a España; por aquella zona anda un europeo -español (Luis Tosar)-, activista medioambiental, que intenta poner freno a la caza furtiva de elefantes, al tiempo que tiene que lidiar con su hija adolescente, recién llegada a África, mimada, y con problemas de drogas; mientras tanto en Melilla unos guardiaciviles hacen lo que pueden para frenar a una muchedumbre de subsaharianos que intenta saltar la valla.

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Salvador Calvo, veterano de la televisión que saltó a la pantalla grande con un discreto ¿remake?, ¿revisión? de Los últimos de Filipinas, en su segundo largometraje ha progresado mucho; Adú es una historia emotiva sobre emigración que combina diferentes puntos de vista y temáticas. En primer lugar, occidente que intenta frenar y canalizar el flujo migratorio, al mismo tiempo que manifiestan su interés por algunos problemas del continente negro y descuida otros más apremiantes; los africanos vienen después, víctimas muchas veces, obligados a abandonar su casa y familia, y presa de traficantes de hombres y de mafias sin escrúpulos.

Calvo hilvana las historias con bastante soltura y consigue dar cohesión a tres relatos que tienen poco que ver entre sí, y cuyo interés es muy diferente: la historia de Adú es conmovedora y atrapa la atención y el interés del espectador desde el primer momento; no tanto la del benévolo defensor de los elefantes y su hija que solo ilustra lo ridículos que parecen los problemas de una sociedad opulenta al lado de los de la población subsahariana, aunque el magnífico trabajo de Luis Tosar y Anna Castillo merecen la benevolencia del espectador; el tercer bloque, afortunadamente breve, con los agentes del orden, parece improvisado y es tópico.

En conjunto se trata de una obra interesante, sólida y sincera, un grito de solidaridad a la vez que una llamada a occidente para darse cuenta de lo que está ocurriendo. De buena factura, con una fotografía excelente y con un niño actor que interpreta a Adú, de origen beninés, que es un prodigio.