Agua

Agua reconstruye la trágica existencia de las mujeres viudas que viven en un ashram a orillas del río sagrado

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Agua: El luto vestido de blanco

Apegada al inconsciente hindú, pero distanciándose del imaginario de la industria de Bollywood, Deepa Metha, di­rectora india de 55 años afincada en Toronto desde 1973, cierra su trilogía de los elementos (Fuego, del año 1996, y Tierra, de 1998) con una historia de denuncia ambientada en la India de 1938, y que desgraciadamente no dista mucho de la realidad contemporánea en este país.

Agua reconstruye la trágica existencia de las mujeres viudas que viven en un ashram a orillas del río sagrado. Allí, las viejas, las jóvenes, las ricas, las pobres, las guapas y las más feas igualan sus miserias envueltas en saris de luto blanco tras elegir una de las opciones que los libros sagrados les ofrecen. Casarse con el hermano más joven de su marido, arder con su marido o llevar una vida total de abnegación.

Agua: Vida y muerte

Chuyia tiene ocho años y ya es viuda. No ha elegido casarse ni tampoco consagrar su vida a la memoria de un fallecido que conoció el mismo día de su muerte. A través del personaje interpretado por la joven Sa­rala, el espectador occi­dental se mete de lleno en un mundo donde la curiosidad por una cultura ajena y distante pre­valece.


El interés nace de una excelente interpretación, podríamos decir que intuitiva, de esta niña de gestualidad precisa y mirada penetrante, convertida por la directora en una protagonista de pe­so capaz de unir y dar forma a una situación in­justa y cruel.

La mirada desconcertada de Chuyia, que no entiende el porqué de su vida, es la mirada del es­pectador. De ahí que los colores y olores son recreados en las distancias más cortas, ya que vie­nen de una planificación dual, entre lo fic­cio­nal y lo documental.

Los recorridos por las calles de Varani, los bailes o los rituales se convierten en paseos por un mundo desconocido lleno de atmósfera, que persiguen la mostración de un entorno determinado, expuesto a la virgen mirada de Chuyia. En cambio, en la parte más ficcional, Metha cons­truye una historia coral con personajes perfectamente definidos, en la que su interrelación genera nuevas situaciones que no dejan que la his­toria se detenga durante los 115 minutos que dura la película.

En este cruce de historias, la directora acude a las líneas maestras de la construcción narrativa del cine clásico indio -en especial, el de Gu­ru Dutt- para dar fuerza a una historia de amor entre Kalyani -una joven viuda interpretada por Lisa Ray– y un joven de casta noble que sigue la ideología de Ghandi, llamado Narayan -interpretado por John Abraham, una de las estrellas actuales de Bollywood-. Pese a esta intromisión de la historia de amor, algo más comercial e innecesaria en la trascendencia del film (con número musical incluido), Metha es capaz de jugarlo a su favor, traicionando el happy end, con un nuevo choque de realidad.

La libertad

Todas las decisiones narrativas de la película se apoyan en una puesta en escena cuidada y muy trabajada, en la que destaca una fotografía capaz de conjugar la dualidad, de la que hablábamos antes, enfrentando las secuencias más du­ras y realistas con aquellas que permiten la en­soñación y la ilusión de poder escapar que sienten los personajes principales.

De este modo, el valor de Agua nace del enfrentamiento entre una sociedad que vive de acuerdo a leyes que existían desde hace miles de años, y el idealismo de un cambio a través de la revolución pacífica de Ma­hat­ma Gandhi, po­niendo ciertas prácticas religiosas en tela de juicio. Dispuesta a dinamitar y cuestionar el sen­­­tido extremo de cualquier religión, Metha habla a través de sus personajes de ideales, de creencias y, sobre todo, de fe. No denuncia la prác­tica del hinduismo ni de cualquier otra religión, pero sí el fundamentalismo religioso, la au­sencia de justicia social y la falta de libertad. Y es que el propio equipo de la película vivió es­te fanatismo, llegando a la retirada de los permisos de rodaje por parte del gobierno indio por miedo a un gran desastre. Finalmente, Metha pu­do rodar su película en Sri Lanka con nombres falsos y grandes medidas de seguridad. “Mi libertad -decía Gandhi– acaba cuando empieza la de los demás”.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Giles Nuttgens
  • Montaje: Colin Monie
  • Música: Michael Danna
  • Vestuario: Dolly Ahluwalia
  • País: Canadá/India
  • Distribuidora: Golem
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