Amor y otros desastres

Amor y otros desastres: Tiffany’s en tiempos de crisis

Emily Jackson, Jacks para los amigos, es una joven americana que vive en Londres y trabaja para el Vogue. Comparte piso con Pe­ter, su íntimo amigo desde tiempos de la facultad, que es homosexual, y con James, un exnovio al que no termina de dejar. El cuarteto de amigos lo completa Tallulah, una devoradora de hombres bastante acomplejada con su físico. La principal afición de Jacks es hacer de celestina y tratar de emparejar a quien se le cruza en su camino.

Alek Keshishian hace su particular lectura de la comedia romántica clásica y adapta la fórmula a algunos moldes sociológicos, y sobre todo ideológicos, actuales. El exaltado romanticismo de Desayuno con diamantes -cinta homenajeada desde el primer minuto- le sirve a Keshishian como punto de contraste a la actuación de unos personajes que, en una sociedad “normalizada”, moderna, desinhibida y absolutamente erotizada, siguen buscando el amor de toda la vida. En medio de un tono ligero, amoral y a ratos muy soez, acierta sin embargo el filme al retratar a una sociedad cuya liberación sexual -o mejor, la de sus padres- ha terminado por complicar hasta el infinito las relaciones (y en ese sentido es ilustrativo, a pesar de lo exagerado, el rechazo de la protagonista a intimar con hombres que no sean gays por miedo a que la vean sólo como un objeto de deseo). No es que Keshishian lo critique, de hecho su mirada es absolutamente condescendiente, pero sienta acta del problema. Otra cosa es que la única solución que aporte sea un frívolo discurso de “busque, compare, y si no encuentra algo mejor, quédese con el primero”.

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Amor y otros desastres -construida como una película dentro de la película- tiene ritmo, hay momentos divertidos (el cameo de Gwyneth Paltrow y Orlando Bloom, que vuelve a demostrar en pocos segundos que sigue siendo un actor pésimo, es hilarante) y está bien interpretada.

Keshishian maneja una fórmula que es difícil que funcione mal: buena música, referencias cinematográficas archiconocidas, un cierto despego de lo que cuenta -y que le permite reírse de su propio discurso-, y una buena dosis de crítica a mundos tan aparentemente chics como el de la moda o el arte contemporáneo. Con un poco más de elegancia y algo de profundidad al tratar los personajes, hubiera sido una notable comedia.