Anna

Besson regresa a los orígenes

Anna, paria social moscovita en horas muy bajas, obtiene una segunda oportunidad cuando el KGB la recluta: un contrato de cinco años. Cumple su parte y trabaja de infiltrada en occidente, de modelo. Al término de su contrato la agencia decide que nadie se va del KGB en vida, y prolonga su contrato indefinidamente. Anna ansía conseguir la libertad.

El bueno de Luc Besson, patriarca del cine francés y dueño de Europa Corp, fue aclamado a nivel mundial con películas como El profesional, El quinto elemento y Nikita. Su último éxito fue Lucy. Con Valerian, proyecto que acariciaba desde hacía mucho tiempo, se pegó el gran batacazo. Ahora, puestos a rehacer su prestigio -y economía-, ha vuelto a lo que se le daba tan bien, despampanantes mujeres espía. Anna no es una decepción, pero no aporta nada.

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Anna es Sasha Luss, una escultural rusa -que Besson descubrió cuando rodaba Valerian– que posa como modelo de revistas de moda, sonríe, o se lía a tiros con un ejército enemigo. La trama es más simple que un cubo: sesión de fotos, tiroteo, besuqueo, quiero escapar; y vuelta a empezar. La «fuerza» del guion consiste en alterar la línea del tiempo continuamente, introduciendo un flashback oportunamente cada vez que el espectador va a gritar «trampa».

La historia de Anna tiene más de comic que de personajes reales, las peleas son exageradas y sabemos, o intuimos, que tiene que acabar bien, por eso Besson no se preocupa por los diversos agujeros del guion, el pulido de los personajes y demás detalles que habrían convertido una historieta entretenida en una buena película. De hecho, a estas alturas no sabemos si Sasha Luss tiene madera de actriz.