Ararat

Ararat rescata de un olvido cruel el genocidio armenio a través de un laberinto de historias e imágenes intrincadas

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Ararat: Recuerdos robados por el tiempo

Como el reflejo despiadado y neutral que nos devuelve el espejo, el siglo XX nos ha ofrecido la posibilidad de acceder a los recuerdos a través de la imagen, ya sea en su versión fotográfica o fílmica. En una lucha constante entre lo que ésta ofrece y su memoria evocadora se encuentra Ararat, el último título del director canadiense de origen armenio Atom Ego­yan (El dulce porvenir, El viaje de Felicia), nacido en Egipto en 1960. Basada en el libro testimonial del médico norteamericano Clarence Ussher, que vivió las masacres de armenios a manos de los turcos entre 1915 y 1918, la imagen que nos muestra en esta ocasión Egoyan alude más bien al reflejo de un espejo hecho añicos, una pintura fragmentada en mil pedazos por el paso del tiempo, los golpes y el olvido. En esta amalgama caótica se fusiona el pasado, el presente y el futuro, conformando un todo indestructible que marca el ritmo de la acción.

Como el realizador de talento extraordinario que es, Egoyan nos deleita una vez más con su savoir faire en una entente con el espectador que cabalga entre el distanciamiento y la identificación emotiva, entre la implicación y la distancia, entre la subjetividad y la objetividad. Para alcanzar esta mixtura, el director opta por una estructuración de la historia a modo de collage en el que se mezclan los tiempos narrativos, con espacio para la ficción, la reconstrucción histórica y el drama familiar, con un affaire incestuoso y una relación homosexual que resultan un poco cogidos por los pelos.

Ararat rescata de un olvido cruel el genocidio armenio a través de un laberinto de historias e imágenes intrincadas. Dividido en tres grandes núcleos argumentales, el filme narra las difíciles relaciones de una familia de ascendencia armenia que intenta recuperar sus raíces y exorcizar sus fantasmas; a la vez, reconstruye y teoriza sobre la vida del pintor armenio Gorky, fusionando ambas historias en un juego metacinematográfico protagonizado por un poderosísimo Charles Aznavour (París, 1924), que actúa como alter ego de Egoyan. Como dioses particulares de la historia, Edward Sa­royan (el reputado director que rueda un filme titulado Ararat sobre la vida del pintor Gorky) y un policía de aduanas en el día previo a su jubilación (un soberbio Chris­to­pher Plummer, canadiense de 75 años), serán los puntos de confluencias de las diferentes tramas y preguntas que plantea el metraje, en el que brilla la esposa del realizador, la libanesa Arsinée Khanjian.


Con estas argucias y una música sublime, Egoyan logra que Ararat se desarrolle ante los ojos absortos del espectador como una historia de conflictos, de impresionante densidad y prodigiosa estructura. Para los seminarios y los masters quedarán algunas secuencias magistrales, como la que monta las imágenes brutales del exterminio en paralelo con la premiere de la película. Nos encontramos ante un relato inacabado en el que se denuncia que la pérdida más dolorosa es la que te imposibilita recordar lo que ha sucedido o tus raíces, más que la muerte o el robo de la tierra de un pueblo. De ahí las manos inacabadas del cuadro de Gorky, o la lucha interna del joven Raffi en su intento por comprender los acontecimientos como vía de salvación…, porque los recuerdos son el pasado, determinan el presente y ayudan a construir el futuro.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Paul Sarossy
  • Montaje: Susan Shipton
  • Música: Michael Danna  
  • País: Canadá, Francia
  • Año: 2002
  • Estreno: 8.8.2003
  • Distribuidora: Alta

 

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Reseña
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Doctora en Historia del Cine, Animación Japonesa y Cines de Asia Oriental
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