El artista y la modelo: Lecciones de arte

Más de 15 años lleva Fernando Trueba madurando este pro­yecto. Una idea que quiso hacer con su hermano, el es­cultor Máximo Trueba y con el guionista Rafael Azco­na, que escribió un primer tra­tamiento. Un deseo que dejó de­ lado cuando murió su hermano y que volvió a retomar con­ Jean-Claude Carriére como guionista. 15 años son mu­chos y se notan en el mimo con el que la cinta es­tá rea­li­zada. Una película cocinada a fuego lento.

El veterano cineasta transforma un tema habitual en el ar­te -la relación del artista con su modelo- en una ficción ci­nematográfica y en una excusa para hablar del­ origen de una obra. A través de la historia de una joven es­­pa­ñola que, en la Francia ocupada de 1943, se convierte en­ mode­lo y musa de un anciano y desesperanzado escul­tor, True­ba hace una reflexión sobre el sentido del arte, la­ ne­cesidad de la contemplación y la búsqueda de la belleza.

El resultado es una cinta de una estética arrebatadora que­ -por el tono, por el ritmo y por el tema- disfrutarán es­pecialmente los propios artistas. El argumento es míni­mo­, y éste es el reproche que se le puede hacer a un filme que, fuera de un circuito minoritario, tiene el ries­go de ser­ malentendido. El discurso es escaso pe­ro el envoltorio vi­sual es una pequeña joya. Trueba cuida cada fotograma co­mo si fuera un cuadro.

La soberbia fotografía en blanco y negro de Daniel Vi­lar y los estudiados encuadres, unidos a una escasez ca­si­ to­tal de diálogo, hacen que la película transite en un te­rre­no muy alejado de lo que un público mayoritario entiende por cine. Esto, podría decirse, es otra cosa.

El artista y la modelo: Evitar el morbo

Por otra parte, de una manera muy consciente, Fernan­do Trueba ha querido evitar el morbo y el re­clamo del ero­­­tismo en el que hubiera sido fácil caer. “Siempre ha si­­­do u­na preocupación el problema de tener a la pro­ta­go­nis­­ta des­nuda durante media película: cómo estar siempre le­­jos de la vulgaridad, pero también de cualquier es­te­ti­cis­­mo”, con­fiesa el propio Trueba. En ese sentido, la cin­ta es elegante y el discurso teórico sobre el sentido del­ des­nudo en el arte, interesante: “solo pueden ver a una mu­jer des­nuda los médicos y los artistas -le responde la mu­jer del escultor a su criada escandalizada de que la chi­ca pose-, los médicos para curar y los artistas para reflejar la belleza del cuerpo humano”. Una belleza que, llega a de­cir uno de los protagonistas, es una de las pruebas de la existencia de Dios. La decisión de no aclarar una situación que estaba es­crita en el guión y que hubiera conver­ti­do la historia en convencional es otra prueba del firme pro­pósito de True­ba de no caer en lo vulgar.

Elegancia y sencillez son las dos claves que Trueba quie­re imprimir en su película más personal. Las sobrias y con­vincentes interpretaciones del reparto, encabezado por un soberbio Jean Rochefort y una solvente Aida Folch, es­tán al servicio­ de esa sencillez. La misma sencillez -tre­men­damente compleja- que traspasa los poros de la mejor es­cena de película: la explicación llena de pasión que hace el viejo escultor sobre un dibujo de Rembrandt a una jo­ven que, como el espectador, quizás nunca se había planteado que unos trazos pudieran encerrar trozos de vida.

Ficha Técnica

  • Daniel Vilar
  • Marta Velasco
  • Alta
  • 104 minutos
  • Mayores de 16 años (S)
  • Estreno: 28/9/2012

España, 2012

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