Bienvenidos al barrio

Bienvenidos al barrio | La periferia de París

Fred Bartel es un empresario de éxito, su pequeña compañía de diseño acaba de firmar un magnífico contrato y está en alza. Fred es cuarentón y está tramitando el divorcio, tiene un hijo adolescente a quien apenas ve. La película comienza con una buena y una mala noticia: la última presentación ante los clientes ha funcionado muy bien; la mala es que Hacienda le ha pillado, Fred había domiciliado la agencia en un barrio marginal -La Courneuve-, porque se benefician de las políticas de integración y obtienen generosas exenciones fiscales.

Los inspectores le ofrecen la alternativa de pagar lo ahorrado, más la multa, o trasladar la empresa a La Courneuve y cumplir con sus obligaciones. Aunque esta última opción le aterra, no tiene dinero para cumplir con el fisco así que se lanza, con su equipo, a una aventura en territorio desconocido, probablemente hostil. Contará con la inapreciable ayuda de Samy, un espabilado guardia de seguridad que, además de su propio interés, siente simpatía por esos parisinos ignorantes de la realidad social que les rodea.

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El productor de Intocable utiliza la fórmula que le dio éxito; es una buena idea que vale para casi todo: jugar con las diferencias sociales y culturales y tender puentes a base de corazón y generosidad. El tono es amable todo el tiempo, ¡incluso los inspectores de hacienda están vistos con simpatía!

El reparto funciona, en particular Claude Lellouche, actor esencial en la pantalla francesa de hoy, y el joven Malik Bantalha, que en las comedias francesas está tomando el relevo de Jamel Debbouze como prototipo nacional de origen norafricano. El director, Mohamed Hamidi (La vaca) se siente implicado. Con todo, el guion peca de tópico y, a pesar de conseguir múltiples sonrisas -y alguna carcajada-, sabe a poco.