Bon appétit

Bon appétit: Un vasco en Suiza

Ésta es una de esas películas que sirve co­mo ejemplo de lo que hace unos días nos res­pondía Gustavo Ron (Ways to live forever–Vivir para siempre) cuando le preguntá­ba­mos si algo estaba cambiando en el cine es­pañol. Ron apuntó a algo muy signi­ficati­vo: directores españoles -él es uno de ellos- salen cada vez con más frecuencia a ro­dar fuera de España, en otros idiomas, y lo hacen con soltura y con aplomo, con un len­guaje cinematográfico versátil, universal.

Eso, justamente, se puede decir de esta ope­ra prima de David Pinillos, una coproducción internacional de 3 millones de euros. La historia, de amor con cocina-restauran­te al fondo, es sencilla, eficaz, entreteni­da y muy fácil de ver. Pinillos, Cabezas y Rubio no inventan la pólvora como guionis­tas, pero saben usarla para darle a la pelí­cula algo que solemos llamar empaque. Mu­cho tiene que ver la calidad interpretati­va de la pareja protagonista y de los secunda­rios, la calidad de la fotografía y del mon­taje y la solidez de la puesta en escena, con un uso de exteriores inteligente y ele­gante.

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Películas españolas como Bon appétit debie­ran haber como 15 ó 20 al año y otro ga­llo nos cantaría, también fuera de Espa­ña, porque esta cinta se verá bien en paí­­ses de lengua alemana porque el recurso de llevar a un cocinero vasco a Zurich es ve­rosímil, por eso mismo el alemán de Ugal­de suena como debe sonar y el tímido cas­tellano de Nora Tschirner (ya nos cauti­vó esta actriz fresca y expresiva en su diver­tida caracterización en Kebab connection en 2006) igual. No lo son tanto -verosímiles- algunos vericuetos del guión y la ma­nera de cerrar la película, pero, insisto, fun­ciona. No es un trabajo redondo ni mu­cho menos, pero rueda bastante bien y jus­tifica el cargamento de premios que se llevó en el Festival de Málaga: película, guión, ac­tor, mención a la actriz, mejor opera prima. Y el jurado joven la eligió como favorita. Normal.