Converso: O magnum mysterium
· Hay detalles, brillos en la forma de expresarse de los protagonistas de Converso, que podrían estudiarse en una escuela de interpretación.
Con notable humildad, en sus últimos años de vida Ingmar Bergman decía que él se había pasado toda su carrera llamando a la puerta del lugar en el que Tarkovski se movía como pez en el agua. Después de asistir a Converso a uno le queda la sensación de haber visto un prodigio imprevisto en un director primerizo. Una película que es capaz de tutear en sinceridad y lírica profundidad a las obras maestras del cine religioso moderno como El hijo de José, de Eugène Green, El árbol de la vida, de Terrence Malick, o De dioses y hombres, de Xavier Beauvois.
El cine español podrá tener limitaciones y carencias, pero la creatividad de toda una generación reciente de directores es innegable. El caso de David Arratibel (Pamplona, 1974) es paradigmático. Director creativo de una empresa de publicidad, presentó en 2013 un peculiar documental sobre los acúfenos titulado Oírse. El pasado mes de marzo ganó el premio al mejor director de documental en el Festival de Cine de Málaga con una película titulada Converso. A finales de este mes de septiembre se presentará en el Festival de Cine de San Sebastián y se estrenará en salas comerciales el viernes 29.
«Toda mi familia se ha convertido a la fe católica. La distancia con ellos se hacía cada día más grande, así que me propuse hacer una película para entender cómo el Espíritu Santo había entrado en sus vidas y, de alguna forma, también en la mía. Una película de cariños, ausencias y distancias». Así resume este director una película que logra ese fin último del cine del que hablaba Andre Bazin: reflejar la belleza y agonía de la vida con la expresividad del lenguaje más completo.
Converso tiene la personalidad visual de los grandes directores de documentales que han aparecido en los últimos años en el panorama español, como Joaquín Gutiérrez Hacha (Guadalquivir, Cantábrico) o Isaki Lacuesta (Cravan contra Cravan o La noche que no acaba). Converso es especialmente exigente con el espectador en el primer tramo de película donde aparecen las metáforas visuales que engrandecerán la parte final de esta obra de arte. La llegada del órgano a una pequeña iglesia, la polifonía, la llamada de teléfono que espera respuesta, la Santísima Trinidad que se comunica entre sí y los hombres que son instrumento y voz del Creador… Todo con una delicadeza y naturalidad que desarma y conmueve. Hay mirada porque el director sabe mirar, porque busca. Y siempre hay emoción en la búsqueda sincera.
El mismo viento, distintos tubos
Van apareciendo cada uno de los protagonistas, tan distintos entre sí pero con una compartida expresividad navarra, sincera y universal. Cada uno de ellos toca teclas que estamos acostumbrados a escuchar desafinadas en ese cine religioso de serie B que defiende y ataca a Dios y a los creyentes con la misma torpeza. Aquí no hay espacio para maniqueísmos ni para una superficialidad del sentimentalismo televisivo. Hay seres humanos que buscan, se equivocan, piden perdón, escuchan… No hay intercambio de golpes dialécticos ni una exposición impúdica de la intimidad. Cada uno de los miembros de la familia del director cuenta tanto como calla. Las elipsis y las confidencias se acogen y registran con el respeto del que sabe que pisa suelo sagrado.
También las localizaciones están escogidas con mucho acierto. El director habla -conversa- con sus protagonistas en el cuarto de estar, en la cocina, dentro del coche, en la calle, junto al órgano de la iglesia. Son lugares que aportan naturalidad, espontaneidad, pudor a un discurso en el que se habla de la conversión como un encuentro personal, una historia de amor que cambia el modo de mirar y de vivir, y no un frío convencimiento intelectual ni la aceptación rigurosa de unas prohibiciones que suenan inexplicables.
Hay detalles, brillos en la forma de expresarse de cada uno de los protagonistas, que podrían ser estudiados en una escuela de interpretación. Es impagable la mirada comprensiva de la madre que se agarra al bolígrafo y al papel plegado como un modo espontáneo de controlar la emoción que no oculta su hija mayor, a la que se le humedecen los ojos con una veracidad maravillosa e inimitable. Como delicioso resulta el humor con que marido y mujer cuentan su accidentada primera cita romántica. También el director que quería ser entrevistador y mudó en conversador, sabe preguntar de manera directa y desdramatizada, sin atropellar, comentando los aspectos en los que se ha sentido apartado de una conversión masiva a su alrededor. Hasta 20 montajes han sido necesarios para lograr esa armonía que se compendia en el bellísimo O Magnum Mysterium, de Tomás Luis de Victoria.
El joven y valioso cineasta madrileño Jonás Trueba dice que «el cine nos hace mejores», algo que defendieron muchos de los grandes maestros. Es una frase tan optimista como engañosa. El cine puede dañar y curar. Películas como Converso animan a saber hablar y escuchar, a tener los diálogos, las conversaciones necesarias que todos tenemos pendientes, incluido el director, que cierra su película con una llamada en off a un familiar, que llevaba tiempo queriendo escuchar la voz de su sobrino. Arratibel ha hecho una bellísima paráfrasis de la tercera acepción del diccionario de la RAE para el verbo conversar, intransitivo y desusado: «Vivir, habitar en compañía de otros».
Ficha Técnica
- Dirección: David Arratibel,
- Guion: David Arratibel,
- Intérpretes: Raúl del Toro, María Arratibel, Pilar Aranburo, Paula Tellechea,
- Fotografía: David Aguilar
- Montaje: Zazpi T’erdi
- Música: Raúl del Toro
- Duración: 61 min.
- Público adecuado: +12 años
- Distribuidora: Márgenes
- España, 2017
- Estreno: 29.9.2017