Bel Canto, la última función

Bel Canto, la última función: Peculiar síndrome de Estocolmo

· Hay exceso de ingenuidad, y si Bel Canto en parte se salva es por la presencia de Julianne Moore, Ken Watanabe y algunos otros buenos actores que dan seriedad a los temas planteados.

Julianne Moore interpreta a Roxanne Coss, célebre soprano que en esta ocasión ha sido contratada para un concierto privado en la residencia del vicepresidente de un país sudamericano. Invitado de honor es Katsumi Hosokawa, importante industrial, de quien se espera que instale una fábrica en ese país. La velada es interrumpida por guerrilleros de un movimiento de liberación.

Paul Weitz (American Dreamz: salto a la fama, Un niño grande) hace una reconstrucción sui generis de la toma de rehenes en la embajada de Japón en Lima en 1996 por guerrilleros del movimiento Tupac Amaru, y uno se pregunta qué quiere contar. Buena parte del tiempo lo dedica a mostrar la confraternización de rehenes y captores -que en su mayoría son muy buena gente, justamente indignados por la situación del pueblo-; los detalles de este singular síndrome de Estocolmo, ingenuo, llenos de buenismo naif, llegan al ridículo y si Bel Canto en parte se salva es por la presencia de Julianne Moore, Ken Watanabe y algunos otros buenos actores que dan seriedad a los temas planteados; la necesidad del diálogo, la posibilidad de entendimiento, el valor de la música… En cuanto a los hechos, se parecen demasiado a la crisis de Fujimori para ignorar que el auténtico mediador fue Monseñor Cipriani, y que Weitz aquí libera al obispo -que deja que se quede un sacerdote de rehén- y luego se inventa a un mediador de la Cruz Roja.

Aunque tiene algunos planteamientos acertados, en general le falta tensión y una clara línea argumental.