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Cuando éramos soldados

En este nuevo título, Wallace no altera un ápice su rumbo, y se vuelve a mostrar premioso, reiterativo y sensiblero.

Mel Gibson en Cuando éramos soldados (We Were Soldiers, 2002)

Cuando éramos soldados: Por favor, no me quiten el casco

Cuando éramos soldados | La primera gran batalla entre los ejércitos americanos y los vietnamitas. En el valle de Ia Drang, 450 soldados estadounidenses fueron rodeados de improvisto por 2.000 enemigos. El teniente coronel Harold Moore (Gibson) y un periodista, Joseph Galloway (Barry Pepper) son protagonistas y coautores del libro en el que se basa la película de Randall Wallace, un guionista que logró notoriedad con Braveheart, para pasar luego a la dirección en El hombre de la máscara de hierro, y retornar a la escritura para perpetrar el libreto de Pearl Harbor. En este nuevo título, Wallace no altera un ápice su rumbo, y se vuelve a mostrar premioso, reiterativo y sensiblero.

Que se critique la película por la exaltación de los, así llamados, valores castrenses me parece poco inteligente. Que se tilde a la película de patriotera, también. Suena ridícula y panfletaria la postura de los que pretenden -pontificando sobre un tema que les cae a miles de kilómetros- que cualquier asomo de heroísmo, disciplina o marcialidad en una película bélica es fascismo puro o propaganda militarista.

Más bien, lo que devalúa esta película y las anteriormente citadas es la dispersión infantiloide y mitinera de un guionista discreto que quiere ser director. Wallace intenta centrar el relato pero no lo consigue. Como es habitual en él, recurre a la música emotiva para insuflar emoción artificialmente epidérmica y disimular las deficiencias en el ritmo, en la construcción de los personajes, en la evolución dramática. Los efectos de un montaje deslabazado lo pagan buenos actores, que se quedan colgados de la brocha (Gibson envejece bien pero sobreactúa, Stowe debiera denunciar a los responsables del maquillaje o a su cirujano estético, Kinnear experimenta como se puede masacrar un personaje).


A la cosa bélica, mil veces contada, le falta una planificación original y le sobran ingenuidad y convencionalismo (Georgia y California, lugares del rodaje, no dan el pego vietnamita). Algunos buenas cartas (la vida familiar del militar, los telegramas, la relación con el periodista, la tipología de los oficiales que dependen de Moore) no se juegan bien en una partida que otro con más talento no habría desperdiciado para lucirse.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Dean Semler
  • Montaje: William Hoy
  • Música: Nick Glennie-Smith
  • País: EE.UU.
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