Cuatro minutos

Cuatro minutos: Terapia musical

Ganadora del Lola de oro a la mejor película, máximo galardón de la Acade­mia de Cine Alemana, el segundo largometraje de Chris Kraus (Gö­ttin­gen, 1963) podría haberse convertido en uno de los baluartes del ci­ne europeo en 2007 caso de contar con un guión algo más consistente, ya que sobresale en casi todos los apartados técnicos e interpretativos.

Cuatro minutos trata sobre los lazos de unión que surgen entre dos mujeres de edades y mentalidades diametralmente opuestas: una es Jenny von Loeben (Hannah Herzs­prung), una reclusa de 20 años con un carácter absolutamente indomable pero con un gran talento para la música; y la otra es Trau­de Krüger (Mo­ni­ca Bleibtreu, Lo­la a la mejor actriz), una anciana solterona, amargada y resabiada que se gana la vida desde hace más de sesenta dando clases de piano a presidiarios, y que por supuesto intentará redimir a Jenny a través de lo único que a priori tienen en común.

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El planteamiento parece adecuado para fran­quear el paso a una procesión de empalagosos clichés sobre la capacidad de superación del ser humano, se convierte de la mano de Kraus en una reflexión más agria que dul­ce sobre el dolor que causan los secretos nunca confesados, sobre la validez del arte como único refugio ante ese dolor, y sobre el valor de la conciencia individual. Ideas muy interesantes que se pierden un poco en un montaje embrollado, con un abuso del flash-back que rompe de manera constante el ritmo del filme, la mayoría de las veces de forma innecesaria. La cinta flaquea en la manera de contar la relación entre las dos protagonistas, ya que da la sensación de estar construida sobre bases que dificilmente justifican el devenir de la historia.

Hay una magnífica fotografía, que logra mantener una atmósfera opresiva tanto dentro como fuera de los ambientes carcelarios, un uso inteligente y poderoso de la banda sonora y dos actrices solventes, a las que hay que aplaudir por enfrentarse a dos personajes muy arries­gados. Des­taca sobremanera la soberbia secuencia final, a la que hace referencia el título de la película: todo un prodigio de realización y -esta vez sí- montaje, que nos permite albergar por sí sola grandes esperanzas sobre lo que nos puede deparar en el futuro su director.