Dónde estás, Bernadette

· El tejano Linklater abandona sus películas sobre los agujeros de gusano metacinematográficos para adaptar una novela satírica sobre una arquitecta misántropa.

Dónde estás, Bernadette: Linklater paga las facturas

Supongo que Linklater tiene que ganarse la vida como todos. Es la explicación que encuentro para que haya dirigido esta película. El director tejano de 60 años adapta una novela de Maria Semple publicada en 2012. Semple es productora ejecutiva de la película, que cuenta la historia de una familia. Una muy prestigiosa arquitecta, tras acontecimientos que desconocemos, se ha recluído en su casa de Seattle y se parapeta tras unas gafas de sol XXL cada vez que sale a la calle. Su marido, jefazo de Microsoft, y su hija quinceañera, llevan el asunto con paciencia. Cuando la hija acaba la secundaria y va a marchar al internado donde se conocieron sus muy listos padres, pide un regalo: ir con ellos a la Antártida.

Hay sátira y postureo narrativo en la muy vendida novela de Semple (guionista y productora de comedias de situación como Arrested Development que se trasladó de Los Angeles a Seattle). Retazos de diario de adolescente, emails de Bernadette con un asistente virtual que tiene contratado y una subtrama vecinal se suceden en un relato sarcástico.

Linklater, enfrascado ahora en rodar un musical durante 20 años (lo de este hombre con el tiempo y los tiempos en bucle nostágico se ha convertido en una constante), igual necesita dinero para financiarlo y por eso se ha puesto al frente de una película que me deja perplejo. Boyhood (2014) puede gustar más o menos pero es una película muy sóida. Luego vinieron Todos queremos algo (2016) y La última bandera (2017), que suponían nuevos ejercicios de recuperación de historias en plan dumasiano.

Tras muchos retrasos, la película que nos ocupa, se estrenó en agosto de 2019 en Estados Unidos e hizo 10 millones. Lo que en la novela funciona (a mí me parece endeble y empalagosa, pero funciona), en la película no. Lo que queda es una larga TV movie de domingo por la tarde después de comer, con muchas secuencias que desbordan dudas y perplejidades narrativas, acrecentadas por un metraje desmesurado. Algo habitual en Linklater: dejar en sus películas 30-40 minutos de relleno absolutamente prescindible.