Efraín

Efraín: El niño y el cordero

· Una historia sencilla pero bien narrada, con interpretaciones encantadoras y una magnífica fotografía.

Efraín tiene la virtud de ser el primer largometraje etíope en llegar a Cannes, y merecería la pena verla y reseñarla aunque solo fuera por dar a conocer el cine de ese país tan castigado de África y celebrar su participación en un festival internacional. Pero no es ése el único motivo.

La película narra las andanzas de un chico de una aldea etíope cuyo padre marcha a trabajar a la ciudad y deja en compañía de su abuela y sus tíos. Efraín solo tiene en la vida un cordero, al que trata como amigo y compañero.

El argumento es apenas una anécdota no especialmente original, pero el director novel Yared Zeleke hace pivotar sobre ella todo el universo de su infancia en Etiopía, donde vivió hasta que a los diez años le arrebataron su casa y su familia: las sombras del difícil periodo de guerra, dictadura y pobreza que sufrió y, pese a todo, el recuerdo vívido, nostálgico y feliz del color, el amor, la comida y la fiesta de su tierra natal.

Se trata, pues, de una película semiautobiográfica bajo la que se vislumbra la realidad de Etiopía, su riqueza natural y su carencia material, las diferencias generacionales y las luchas de la población joven por labrarse un futuro. En palabras de su director, «una película para el público etíope pero también para el resto del mundo, una historia universal sobre la madurez».

Zeleke se ha formado en la New York University y se nota en la narrativa, en todo lo que sabe sugerir con muy pocas palabras; en el ritmo pausado y en la creación de atmósferas, gracias al magnífico trabajo de la directora de fotografía francesa Josée Deshaies.

Las interpretaciones, en especial la de Rediat Amare, en su papel de Efraín, y los personajes femeninos, tienen encanto y son sinceras y creíbles. Ninguno de ellos es actor profesional, sino que fueron seleccionados en un laborioso trabajo de casting.