El año que dejamos de jugar

El año que dejamos de jugar: Infancia amenazada

· El año que dejamos de jugar pone el acento en la familia. Se subrayan las manifestaciones de afecto que permiten al grupo superar los diversos golpes del destino.

Berlín, febrero de 1933, víspera de las elecciones. En casa de Anna reina la inquietud. Su padre es un intelectual que escribe regularmente contra los nazis, y la familia es judía. Pero Anna no está preocupada, tiene nueve años. Sin embargo la realidad también se impone a su pequeño mundo. Sin saber por qué su padre se marcha y no hay que comentarlo con nadie; luego todos se trasladan a Suiza y solo puede llevar una maletita y un juguete. Luego vendrán más traslados, hambre, frío y humillaciones.

Cuando Hitler robó el conejo rosa es un clásico de la literatura infantil, también en nuestro país. Se trata de una novelita de Judith Kerr, basada en sus recuerdos de infancia, un libro aparentemente ingenuo, muy apto para mayores. La adaptación que ha realizado Caroline Link (ganadora del Oscar en 2003 por la película En un lugar de África) necesariamente deja de lado buena parte de la novela. Destaca con acierto el drama de la emigración, la de Anna y su familia, y la de miles de otros como ellos, con su cortejo de problemas económicos, de adaptación y de acogida. También ha conseguido mantener el tono de la escritora. El punto de vista es el de una niña preadolescente, en pleno cambio, a ratos muy infantil, a veces sorprendentemente madura. Este logro se debe -aparte del guion y de la dirección- en buena medida a Riva Krymalowski cuya naturalidad es formidable. Esa mirada infantil ante un mundo al borde del caos, ante los continuos traslados, ante la hostilidad manifiesta por ser diferente, por ser inmigrante, lo dice todo.

El año que dejamos de jugar pone el acento en la familia. Está compuesta de naderías, incluso los traslados carecen de dramatismo; al contrario se subrayan las manifestaciones de afecto que permiten al grupo superar los diversos golpes del destino. La amenaza nazi está ahí, se siente, pero apenas se ve.

Se le puede reprochar que es excesivamente académica y le falta una pizca de garra que conmueva.