El Árbol de la Vida, de Terrence Malick
El Árbol de la Vida | Malick ha alumbrado una obra de arte, una sinfonía bellísima, un canto a la vida que suena como una ofrenda al Dios que hizo el cielo y la tierra, un Dios perdidamente enamorado del hombre.
El Árbol de la Vida: The Way of Grace
Hay películas que te cambian el día, otras el mes. Las hay que son, claramente, la película del año. Unas pocas se convierten en películas que te cambian la vida. Y un número muy reducido se te meten en el corazón y en la cabeza y las llevas puestas el tiempo que sigues respirando el aire de este planeta asombroso. El Árbol de la Vida es una de estas últimas, al nivel de Amanecer, Ordet, Las uvas de la ira, Matar un ruiseñor, Luces de la ciudad o Milagro en Milán.
Y ustedes pensarán, vaya subidón que le ha dado al Sr. Fijo. Pues sí, esto es lo que hay. Sé que con esta película me pasará lo que me ocurre con Ford, pondré una secuencia en clase y me golpeará, arrollándome de nuevo, como un expreso que casi vuela sobre los raíles.
Terrence Malick, con la ayuda de un amplísimo equipo técnico y artístico de primer nivel, ha alumbrado una obra de arte, una sinfonía bellísima, un canto a la vida que suena como una ofrenda al Dios que hizo el cielo y la tierra, al Dios que se enamora perdidamente del hombre, hasta convertirse en hombre para que el hombre se haga Dios.
Hay tanta belleza en la película, que duele, que te saca del tiempo y del espacio, que te hace entrar en comunión con lo que ves y oyes (estoy recordando a ese niño que se abraza a su padre airado, en una secuencia de una perfección inolvidable, que casi hace que respondas amén).
Malick, 68 años, formado en Harvard y Oxford, profesor universitario, periodista antes de hacer su entrada en el cine en 1973 con Malas Tierras, es un poeta de los grandes, como ya había demostrado en sus cuatro películas anteriores, pero la partitura que ha creado para esta sinfonía cinematográfica es de algún modo única, nueva, audaz, revolucionaria. Lo decía como en trance, a la salida del pase, a mi amigo Juan Orellana: “este tío acaba de reinventar el cine. Esto es Cine y dentro de 25 años, si tenemos suerte, más”.
Culto, sensible, humilde
Juan de la Cruz, el Dante, Ezra Pound, Eliot, Withman, Saroyan, Auden están muy presentes en el poema que ha compuesto este hombre bueno, culto y sensible, tremendamente humilde en su manera de trabajar y de negarse a ser un mono de feria que es Malick.
Pocas veces el cine ha hablado de Dios, de paternidad, de maternidad, de filiación, de hermandad, de matrimonio, de libertad, de pecado, de gracia, de perdón, del misterio del dolor, con la capacidad de sugerencia de esta película, que evidentemente es mucho más que una reflexión abstracta y desapasionada y tiene mucho de experiencia personal.
Pretender “explicar” lo que ocurre en ella, es como si quisiéramos acotar la Novena de Mahler en las lindes de un argumento o solucionar el misterio de La casa encendida de Rosales. Cuando en una pieza musical, en un cuadro, en una foto, en un poema, encuentras entero, trasplantado, un trozo de tu vida sobreviene una emoción, una luz, una energía que te recorre desde los dedos de los pies hasta las puntas del pelo. Eso pasa, y muchas veces, en El Árbol de la Vida.
La sutura de la cinta, con la música cuidadosamente seleccionada por Malick y los añadidos de Alexandre Desplat (quién si no) es un prodigio. Y la manera de montar el texto con un uso arriesgadísimo del off asincrónico (por otra parte, habitual en Malick), y el manejo de la luz de Lubezki, y la manera de dirigir a los niños, etc., etc. La película tiene una capacidad de generar asombro que perderá muchos enteros si se ve doblada o en una TV o en una hora mala.
Los cuatro elementos
Y pasamos del movimiento de los planetas, de la pulpa de la tierra que brota imparable, de la acción del agua que erosiona la roca durante millones de años, del impacto de un meteorito que provoca la extinción de los grandes saurios… al plano de un hombre que tiene dos ojos verdes como planetas que miran con asombro el misterio de la vida que late en el pie diminuto de su primogénito recién nacido que toma en su mano, consciente de que esa maravilla insuperable la han hecho él y su mujer, con un poder que es suyo y que no lo es.
Las quejas de Sean Penn (Jack O’Brien adulto) porque en el montaje final su personaje haya visto reducida su presencia no se entienden muy bien. Sin acritud, sin pretender faltarle al respeto a Penn, hay más arte en un plano del niño Jack O’Brien (Hunter McCracken) que en toda la filmografía de Penn.
La película merece un museo para ella sola. Qué hermoso es encontrarse a alguien que busca, aunque a veces dé palos de ciego, ¿quién no los da?
Job 38, 4-7
“¿Dónde estabas tú cuando yo cimentaba la tierra?
Explícamelo, si tanto sabes.
¿Quién fijó sus dimensiones, si lo sabes,
o quién extendió sobre ella el cordel?
¿Sobre qué se apoyan sus pilares?
¿Quién asentó su piedra angular, cuando cantaban a una las estrellas matutinas
y aclamaban todos los ángeles de Dios?”
Sonroja que les pregunten en Cannes a los productores (incluido Brad Pitt) si Malick habla en su película de religión, del catolicismo, y respondan que bueno, sí, pero que no, que habla del cosmos y de todas las religiones y tal…
La película El Árbol de la Vida está contada en clave cristiana de principio a fin, con esa cita, esas palabras de Dios a Job impregnadas de una ironía paternalmente afectuosa que vertebran los 139 minutos de metraje, llamándose O’Brien los protagonistas, con esas secuencias en la iglesia (bautismo, confirmación, misa de funeral), con el diálogo continuo de los personajes con Dios, con esa naturaleza que suena y danza dirigida por la mano de su Creador.
Para gozar esta película, parece imprescindible leer el libro de Job, uno de los textos más hermosos que existen. Creo que en el fondo es lo que quiere Malick, que no ha dudado en recurrir al Clavilux de Thomas Wilfred para representar a Dios. ¿Quién ha dicho que Malick es hermético? Es un libro abierto pero los libros hay que leerlos… no basta con leer unos versículos. Para animar: el capítulo del libro de Job comienza:
“Entonces el Señor respondió a Job desde el seno del torbellino diciendo:
¿Quién es éste que enturbia mis designios
con palabras sin sentido?
Cíñete la cintura como un hombre, Yo te preguntaré y tú me instruirás.
¿Dónde estabas…?”
Música, música muy pensada
La selección musical de la película es una declaración de intenciones. Lo que suena tiene una elocuencia inusitada. Smetana (Moldava, el segundo poema sinfónico de Mi patria), Ottorino Respighi (una danza antigua siciliana), el Andante de la 4ª de Brahms, la 3ª de Gorecki, el Agnus Dei de la Grande Messe des Morts de Berlioz, fugas de Bach, Les Barricades Misteriouses de Couperin, Lacrimosa de Preisner… y Mahler y Mozart y Schumman. Y el radio-artista serbio Arsenije Jovanovic con su Sound Testament of Mount Athos.
Y la música más hermosa: la voz humana. Las palabras contadas y pesadas que se elevan desde los labios prodigiosos de Jessica Chastain, de Brad Pitt, de Sean Penn, como plegarias que se internan entre las nubes.
Ficha Técnica
- Dirección: Terrence Malick,
- Guion: Terrence Malick,
- Intérpretes: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain, Tye Sheridan, Fiona Shaw, Hunter McCracken, Laramie Eppler,
- Fotografía: Emmanuel Lubezki
- Montaje: Hank Corwin, Jay Rabinowitz, Daniel Rezende, Billy Weber, Mark Yoshikawa
- Música: Alexandre Desplat
- Duración: 139 m.
- Distribuidora: TriPictures
- Público adecuado: +12 años
- The Tree of Life. USA, 2011.
- Estreno en España: 16.9.2011