El Bulli: Cooking in progress

El Bulli: Cooking in progress | Dos horas de menú degustación

El Bulli: Cooking in progress | Quien piense que la creatividad es fruto de la pura espontaneidad artística tiene casi dos horas por delante para comprobar que la genialidad de Ferran Adriá va precedida de días de investigación, un cuidado proceso de elaboración y el trabajo de un equipo en el que sobresale Oriol Castro.

Los secretos de la Cala Montjoi de Roses y el clausurado restaurante El Bulli, llegan a las pantallas españolas de la mano del alemán Gereon Wetzel, después de su estreno el pasado verano en Nueva York y su proyección en cines de Holanda, Alemania, Austria, Francia y los países escandinavos.

Gelatinas, aceites, hielo, nitrógeno, formas, colores, texturas… Las cámaras del alemán siguen a Adrià y su equipo incluso al mercado, donde ellos mismos realizan una cuidadosa selección de los productos de estación.

Decía Picasso que el gusto es enemigo de la creatividad. Más o menos el mismo argumento que esgrime Adrià: una cosa es el gusto y otra la emoción creativa. Eso dice. Pero el revolucionario de la cocina de vanguardia se chupa los dedos -uno por uno- y transcurre los últimos diez minutos del documental saboreando los platos cuyo proceso de «construcción» hemos seguido paso a paso.

Nada se deja a la improvisación y, como las pinceladas infinitas de un buen cuadro, el silencio en la cocina, las miradas reflexivas de Adrià y Castro, los manteles planchados, los minutos cronometrados, las instrucciones de los camareros para los clientes y el pollo asado de la comida diaria de los cocineros completan los ingredientes del fenómeno culinario.

Dicho esto: se echa de menos una realización más original y un metraje más ajustado.

Lo mejor: Gustará a los amantes de la gastronomía.

Lo peor: Al resto se les hará larga.