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El coronel no tiene quien le escriba

Ripstein afronta con aplomo un reto envenenado y sale airoso, según se mire

El coronel no tiene quien le escriba

El coronel no tiene quien le escriba: Visto lo leído

FilaSiete estuvo en el Festival de Cine Español de Málaga, que subió telón con la última obra del mejicano Ripstein, que se vio antes en Cannes. Hojeando el cuidado pressbook sorprende el elevado número de instituciones involucradas en la coproducción. El coronel no tiene quien le escriba es una película con empaque, muy bien hecha, con sólidas interpretaciones, buena fotografía y sabia dirección artística (la música es absurda: ritmos argentinos para una historia marcadamente mexicana). Una excelente oportunidad para volver a leer la novela (es breve) e ir a ver esta película. El relato de García Márquez triunfa donde es muy difícil que el cine pueda desenvolverse con donaire. Y procuraré explicarme. El libro admite pausas, velocidades, aplazamientos, urgencias, respiros, reencuentros. El cine o no los admite, o los permite con tasa. La eficacia del hermoso relato de García Márquez reside en la creación de una atmósfera muy singular donde se respira desencanto, frustración, amargura, obstinación, dignidad, ternura, desolación. El vigor literario de la novela se paladea en unos diálogos que participan de una medida del tiempo paradójica, acuciante y despiadada.

Ripstein afronta con aplomo un reto envenenado y sale airoso, según se mire. El gran reto no era otro que trasladar al cine la medida del tiempo, que es la clave del relato de García Márquez. Quizás, el que leyó la novela piense que la película es tediosa y reiterativa, mientras que en el papel las reiteraciones y obsesiones se aunan para ofrecer un ritmo perfecto para la reflexión… El espectador que contacta por vez primera -y de rebote- con García Márquez puede llegar a pensar que la novela es un pestiño de esos que, a la par, enamoran a la crítica y espantan a la clientela.

El cine, ese gigante devorador con tan pocos buenos guiones originales que llevarse a la boca, sigue empeñado en llevar a la pantalla grandes novelas. Faltan guiones originales como el del viejo Mamet para esa endiablada e inteligente película llamada La cortina de humo (Wag the dog, B. Levinson, EE.UU., 1998). A mi entender, y sin llevar mis reflexiones al teatro o al cuento, las adaptaciones de novelas son interesantes y muy legítimas pero requieren una dosis generosa de talento en los guionistas. Hemos visto muchas novelas mediocres o malas convertidas en películas sublimes, algunas grandes novelas que devienen en películas anodinas, y contadísimas grandes novelas que han dado lugar a películas memorables. Un buen novelista no suele escribir pensando en el cine (Dashiell Hamett es una excepción). El trabajo de un narrador es dialogar con el lector a lo largo y ancho de un sufrido papel en blanco, creando en él un mundo: unos personajes, unos hechos, un ambiente, un paisaje, una historia. Después de lo dicho, comprenderán que -ajeno a cualquier ejercicio de pedantería- les diga que películas como El coronel no tiene quien le escriba, de Ripstein, El húsar en el tejado, de Rappenau, o La ciudad de los prodigios, de Camus, me dejan bastante frío, y sin mucho que decir. Quizás la culpa la tengan García Márquez, Giono y Mendoza.

Ficha Técnica

  • País: Mexico/España/Francia, 1999
  • Fotografía: Guillermo Granillo
  • Música: David Mansfield

 

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