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El exótico hotel Marigold

John Madden reúne a la crème de la crème de la interpretación británica en una película que arranca con brillantez... y termina siendo sosa

El exótico hotel Marigold

El exótico hotel Marigold: Un plato insípido (con ingredientes magníficos)

El exótico hotel Marigold | John Madden reúne a la crème de la crème de la interpretación británica en una película que arranca con brillantez… y termina siendo sosa.

Lo pensé cuando la vi y sigo pensando lo mismo: El exótico hotel Marigold más que un sabroso y especiado plato indio parece un souflé, aparente y vistoso al principio, soso y desinflado al final. Recuerdo pocos arranques tan prometedores como el de esta cinta. Un grupo de ancianos -interpretados por el top level del cine británico- deciden, por distintos motivos, viajar a la India para pasar una temporada en un pintoresco hotel, que al final resulta ser un hostal de mala muerte en un país excesivamente ruidoso. Por la cinta desfilan, entre otros, Tom Wilkinson (El exorcismo de Emily Rose, Batman begins) que es un prestigioso juez que se bate en retirada, Judi Dench que acaba de enviudar y quiere probar lo que se siente viviendo sola, y Maggie Smith, una vieja gruñona que acepta a duras penas que le coloquen su nueva cadera en un prestigioso hospital indio. Ante semejante manjar a uno se le hace la boca agua…

Pero pronto reparas en que esto es el souflé recién salido del horno. En cuanto la pandilla llega a la India, la narración empieza a tomar caminos muy trillados. El souflé empieza a desinflarse entre idas y venidas sin rumbo de los personajes y  salen a escena todos los tópicos que una narración multipersonaje pueda encerrar. Y los malos se vuelven buenos y los buenos, levitan; aparecen las segundas oportunidades sentimentales (con un grado de azúcar y falta de realismo que produce sonrojo) y el maduro gay que, por fin, sale del armario para vivir su última historia de amor… o no. La narración chispeante y un tanto ácida del arranque se abandona por un tono sentimental y nostálgico definitivamente soso. Para terminar de rematar la faena el contraste vitalista a tanto declive otoñal es un insoportable e hiperactivo Dev Patel, que me hizo replantearme por qué me gustó Slumdog millionaire.


En definitiva, receta malograda… y mira que eran buenos los ingredientes. ¡Ah, sí, se me olvidaba! Detrás de las cámaras, John Madden (Shakespeare in love).

El prometedor arranque.

La cantidad de tópicos narrativos que acumula.

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