El gran Gatsby: Persiguiendo quimeras

Baz Luhrmann y su coguionista de toda la vida, Craig Pear­ce, han hecho una película notable ante la que cualquier lector de la novela, cualquier conocedor de la vida y la obra de Francis Scott Fitzgerald, no debiera sorprenderse lo más mínimo. Digo esto porque la película puede gus­tar más o menos, pero cuenta una historia que es la que es, la de unos personajes lastimosos en un mundo repulsivo, hortera y falso. La de un náufrago agarrado a una qui­mera.

“Son gente podrida. Tú vales más que todos ellos”. Es lo que dice Nick Carraway a su amigo Jay Gatsby en una no­vela trágica y desencantada, que Francis Scott Fitzgerald publicó en 1925. Una novela sobre gente podrida, gen­te que se descompone en vida, como el propio Carraway, narrador de la historia, que cae en la cuenta de que cum­ple 30 años mientras el atlético y patético marido de Daisy, Tom Buchanan, le ofrece la enésima copa. “Ante mí -confiesa Carraway– se extendía el ominoso sendero de una nueva década”.
El gran Gatsby es la historia de una mentira, de un anhelo de perfección en mitad del basurero, del ansia de eter­nidad en un mundo caduco y cruel, de una charca inmunda que han cubierto con unas bambalinas muy aparentes. La inmoderada tendencia a la mitificación y al mal­ditismo fashion victim puede llevar a algunos a una crí­tica poco inteligente del trabajo de Luhrmann. Desde lue­go no seré yo quien caiga en la memez de proponer a Fitzgerald como una víctima del sistema, un incomprendi­do, una suerte de elegante héroe trágico, trasunto del Gatsby de su novela. Una cosa es reconocer su valía como es­critor, otra muy distinta mitificarle como icono de un mun­do idealizado. Con lo cual, lo de los puristas diciendo que Luhrmann ha traicionado el espíritu de Fitzgerald me parece risible. Si se agarran al guión de Coppola para Clayton, tendré que reconocer que no les entiendo.

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El director australiano dirige a unos actores que me parecen mejores que los de cualquier versión cinematográfi­ca anterior. DiCaprio, Maguire, Mulligan y compañía ha­cen un trabajo excelente y sus personajes tienen el recorrido que deben tener, ni más ni menos. La puesta en es­cena es inteligente, con un vestuario y una ambientación brillantes: mucho se había hablado del acierto en el di­seño de producción y creo que Catherine Martin ha he­cho un buen trabajo, tanto como en Moulin Rouge, película que, por si acaso, me parece magnífica, mejor que és­ta, aunque el tema era bastante más fácil de abordar. La música de Armstrong no es especialemente brillante pe­ro tampoco es mala y la inclusión de algunas melodías mo­dernas ni encanta ni molesta, más bien es un reclamo.

Que Luhrmann es un director operístico que tiene un con­cepto de espectáculo que condiciona su discurso lo sa­bíamos ya. No son nuevos tampoco su gusto por la multicamara y el recurso al montaje vertiginoso sigue siendo tan eficaz como siempre. El vicio y la depravación son abu­rridos. Y hay tramos de la película voluntariamente abu­rridos, que quieren incomodar con reiteraciones, con esos flashbacks que nos recuerdan que Gatsby quiere rees­cri­bir la historia, su historia. Como quiso hacerlo Fitzgerald, que tuvo una vida mucho menos divertida y amable que la que inteligentemente idealizó Woody Allen en Mid­night in Paris.

Lo mejor: El brillante estilismo creado por Catherine Martin.

Lo peor: Las debilidades de la propia novela.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Simon Duggan
  • Montaje: Jason Ballantine, Jonathan Redmon, Matt Villa
  • Música: Craig Armstrong
  • Duración: 142 min. +18 años (X)
  • Distribuidora: Warner
  • Estreno: 17.5.2013

The Great Gatsby, 2013

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