El joven Ahmed

El joven Ahmed: Micro y macro

· No hay estridencias, ni didactismos, solo un drama personal, familiar y comunitario de pérdida de la inocencia -magníficamente resuelto, por cierto-.

Con naturalismo, una puesta en escena sobria, sin artificios, sin música y diálogos escuetos, los Dardenne introducen al espectador en el micromundo de un adolescente musulmán que se debate entre el despertar propio de su edad y la radicalización religiosa a la que le somete el imán de su mezquita.

Los hermanos belgas acostumbran a volcar en sus películas su perplejidad ante los problemas que nos rodean siguiendo los vericuetos de sus personajes, a través de un guion detallado que gestiona muy bien el suspense, y técnicas de rodaje y casting que dificultan distinguir entre ficción y realidad. Y lo hacen con humanidad, discreción y sensibilidad.

En este caso, que les valió el premio a la mejor dirección en Cannes, despiertan en el espectador un abanico de emociones: preocupación paternal, indignación y alerta social, pero también dan margen a la sonrisa y la ternura. No solo seguimos las evoluciones  de Ahmed: sus cultos, el colegio, la profesora, la madre poco piadosa y sufridora, las carencias familiares, el entorno social y religioso, es que de alguna forma entramos en su conciencia confusa y en las decisiones que toma muchas veces mediatizadas por el entorno.

No hay estridencias, ni didactismos, solo un drama personal, familiar y comunitario de pérdida de la inocencia -magníficamente resuelto, por cierto- que nos remite a un problema, el de la radicalización religiosa en edades tempranas, que requiere de nuestra parte reflexión y soluciones.