El otro lado de la esperanza: La hermosura de la bondad
Desde 1989, Aki Kaurismäki (Helsinki, 1957) vive casi todo el año en Portugal. El cineasta y su mujer tienen su casa en Viana do Castelo, un pequeño pueblo del Alto Miño, cerca de Oporto.
No deja Kaurismäki, en las películas y en las presentaciones y entrevistas, de gastar bromas sobre su Finlandia natal, a la que se acerca en verano, único momento del año donde se puede ligar vitamina D. La última chanza fílmica hacia un país que ama, pero en el que no se siente capaz de vivir el largo invierno, la pone en boca de Khaled, el refugiado sirio que protagoniza El otro lado de la esperanza.
Khaled le dice a Mazdak, un iraquí con quien coincide y hace amistad en un centro de acogida donde viven personas de distintos países, que esperan que se les conceda el asilo: «Estoy enamorado de Finlandia. Pero si me dices cómo irme de aquí te lo agradeceré enormemente». Antes, el amigo iraquí le había dicho a Khaled que para lograr la residencia era fundamental mostrarse sonriente al hablar con los finlandeses, porque así le creerían contento y deseoso de vivir en Finlandia. Pero que no convenía ir riendo por la calle porque le tomarían por loco.
Una idea generadora
La broma, tan propia del humor escueto del lacónico Kaurismäki, manifiesta algo profundo, esencial, un motto presente como idea generadora, como high concept de la obra entera de este brillante cineasta: mundos fríos donde hay corazones calientes. Instituciones, estructuras deshumanizadas en las que se mueven personas capaces de amar, agentes de ternura en paisajes ásperos. Personas uniformadas, pautadas por el sistema, almas grises con una plaquita en la pechera que, inesperadamente, abren -al modo de un impromptu de lirismo infantil mahleriano en mitad de una solemne sinfonía- una puerta a la esperanza (en esa línea, hay una bellísima apertura de puerta en la película protagonizada por una mujer; descúbranla ustedes cuando la vean: se presagia en sus ojos la primera vez que la vemos).
Obviamente, el principio esencial del cine de Kaurismäki ya estaba en maestros como Chaplin, que él reconoce como inspiración suprema. Maestros que supieron aunar humor, acción y poesía para componer filmes que, como El otro lado de la esperanza, son tan difíciles de clasificar como fáciles de ver. Películas que te limpian el corazón y te dejan la cabeza dando muchas vueltas: vueltas al enorme talento narrativo que encierran.
Con esta gran producción, el director y guionista finlandés ganó el premio a mejor director en la Berlinale. Se ha prodigado poco en el siglo XXI: 4 películas. Un reconocimiento absolutamente lógico porque El otro lado de la esperanza está escrita, dirigida, fotografiada, localizada, montada, musicada e interpretada con una maestría impresionante. Basta contemplar el arranque de la película para quedar hechizado por el talento de un cineasta que abre (y cierra) con un bellísimo plano del puerto de Helsinki, otro de la descarga del carbón que trae un barco procedente del puerto polaco de Gdansk y otro del joven sirio que emerge de la bodega donde viajaba sepultado en el carbón.
Kaurismäki pone en marcha, con asombrosa destreza, un relato en el que, a los 10 minutos, ya se ha dado el discurso del método con estrambote, sin darlo, sin cansar al espectador con peroratas, con humor y sencillez, con una verdad tan demoledora que hay que ir a Keaton, Bresson, Ozu o Tati para encontrarla con ese nivel de pureza.
Es significativo que sea Janus Film la distribuidora de la película de Kaurismäki en Estados Unidos. Fundada en 1956 en Harvard y estrechamente vinculada a Criterion, la prestigiosa y exquisita editora de DVD. Janus es la compañía que se hizo con los derechos de exhibición de obras de Eisenstein, Bergman, Fellini, Ozu, Kurosawa, Antonioni, Truffaut. No es casual que la primera película distribuida por Janus fuese El séptimo sello.
[…]
Ficha Técnica
- Dirección: Aki Kaurismäki,