Inicio Críticas películas El pabellón de los oficiales

El pabellón de los oficiales

La buena ambientación y el poderoso motor argumental de punto de partida se quedan en un desarrollo rutinario y esteticista

El pabellón de los oficiales, de François Dupeyron

El pabellón de los oficiales: Una película con heridas

En los primeros compases de la I Guerra Mundial, Adrian, un joven teniente de ingenieros del Ejercito francés recién llegado al frente, es alcanzado por un obús alemán mientras desarrolla una inspección rutinaria y aparentemente poco arriesgada. La guerra acaba para él, sin haber visto al enemigo. Empieza otra batalla, que se librará en un hospital, y tiene por objeto salvarle la vida y devolverle al mundo del que salió para hacerse soldado. Para lograrlo, un cirujano (siempre excelente André Dussolier) tendrá que recomponer su rostro, horriblemente desfigurado por la metralla. Dupeyron, 52 años, originario de Las Landas, documentalista premiado con varios César al mejor cortometraje, se llevó -con polémica- la Concha de Oro en San Sebastián por ¿Qué es la vida? (1999).

Si los lectores recuerdan Capitán Conan (B. Tavernier, 1996), encontrarán bastantes similitudes con El pabellón de los oficiales. Ambas comparten escenario (la Gran Guerra en suelo francés), temática (los efectos del conflicto en militares a la fuerza, es decir civiles que se han visto abocados al alistamiento) y origen literario (son adaptaciones de novelas). Lo que no comparten -en absoluto- es calidad de escritura, y menos aún, pericia narrativa, punto de vista, y profundidad antropológica. Si en Tavernier nos encontrábamos a un cineasta cuajado, con las ideas bastante claras; en Dupeyron asoma un endeble guionista y un director con una evidente tendencia a la dispersión, a ratos ampuloso, casi siempre retórico.

Dupeyron no ha tenido correa dramática suficiente para distribuir la fuerza de un poderoso motor argumental que podía haber propiciado una expedición apasionante pero se queda en una rutinaria vuelta a la manzana, llena de lugares comunes. Desde la inicial y ridícula secuencia de cama, el esteticismo del director y de su operador nipón -obsesionados con no enseñarnos el rostro de Caravaca (tiene castaña, no podía llamarse Martínez)- se hace recurrente, hasta dejarte al borde del abandono por K.O. técnico: extrañas angulaciones, abuso de fundidos, baches en el ritmo, personajes planos que no evolucionan, reiteraciones, previsibilidad, superficialidad en los planteamientos. Se salvan, eso sí, las interpretaciones que brillan en varias secuencias muy conseguidas. Notable también la esmerada ambientación histórica que viene siendo moneda corriente en la pujante industria del cine francés.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Tetsuo Nagata
  • Montaje: Dominique Faysse
  • Dirección artística: Patrick Durand
  • Música: Arvo Pärt
  • País: Francia
  • Año: 2001
Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil