El palacio ideal

· Con un ritmo pausado, una fotografía sobria pero bellísima de Vincent Gallot, exteriores naturales con luz tamizada, interiores inspirados en pintores de finales del XIX, parece retratar la vida local, la del cartero y su mundo.

El título original La increíble historia del cartero Cheval dice mucho al público francés que, poco o mucho, algo sabe de El palacio ideal y de su autor. Se trata de un original edificio construido a finales del siglo XIX y principios del siglo XX por un cartero casi analfabeto, sin ayuda de nada ni de nadie. Este palacio, monumento nacional y exponente casi único de arquitectura naif, es el tema de esta película, narrada en forma de casi documental.

Nils Tavernier (Con todas nuestras fuerzas), director y co guionista, filma en los lugares reales, los caminos y paisajes que pisó el cartero (recorría todos los días 30 kilómetros a pie), filma -no tiene que recrear- el edificio que él construyó, y reconstruye al personaje. ¿Quién fue Cheval? No se sabe casi nada de él. Al parecer era un autista, un idiota o un loco para sus vecinos, que soñaba e imaginaba a lo largo de sus largas caminatas. Tavernier le da un propósito: incapaz de expresar sus ideas y sentimientos decide construir un palacio para su hijita, es decir, se trata de un gesto de amor que llevará a cabo durante treinta y tres años.

Con un ritmo pausado, una fotografía sobria pero bellísima de Vincent Gallot, exteriores naturales con luz tamizada, interiores inspirados en pintores de finales del XIX, parece retratar la vida local, la del cartero y su mundo. Nos hace conocer y meternos en las botas de ese hombre, creación maravillosa de Jacques Gamblin, todo silencios pero con una expresión corporal, una manera de mirar de una intensidad extraordinaria. Y en esa historia le apoya Laetitia Casta, en el papel de gran mujer que conoce y comprende a su extraño marido, le ama y le ayuda a realizar su obra.

Película evocadora de una época en la que el diseño y el sonido han sido cuidados de forma admirable, de modo que ayudan a percibir el paso del tiempo que, de otra manera, sería imperceptible, decenios iguales y monótonos en la campiña, en los que un hombre realiza un trabajo admirable, por amor, un día tras otro, a pesar de las críticas e incomprensiones.