El peral salvaje: Pródigos

El peral salvaje | Sinan Karasu viene a ser un hijo pródigo. Acaba de concluir su etapa universitaria y regresa al hogar familiar. Allí permanecen sus distanciados padres Idris y Asuman y su hermana, Yasemin. El joven no alberga expectativas, pero cree estar seguro de sí y quizá por ello ve inconvenientes en todo y en todos. Misántropo en ejercicio, abomina de su lugar de origen y de sus paisanos. Quisiera ser maestro, pero desiste y vive resentido contra sus padres por diversos motivos. Sólo dos actividades le procuran refugio, consuelo y estímulo: la lectura y la creación literaria, labores solitarias en las que sólo requiere de sí mismo y de almas afines, del mundo, de la vida. Pero ésta desborda sus moldes mentales. Como cada ser humano, Sinan debe asumir que es hijo, descendiente, y lo que implica tener ascendencia…

Pertrechado con estos mimbres argumentales y bajo el frondoso cobijo de Anton Chéjov o Ingmar Bergman, Nuri Bilge Ceylan (Estambul, 1959) también es pródigo. En El peral salvaje vuelve a ser director, guionista (con su mujer y un sobrino de ambos, que además encarna a un imam en una de las memorables secuencias) y montador de las más de tres horas de pausado (que no pesado) metraje. Se prodiga asimismo en explorar las relaciones humanas: la familia, con su abrumadora riqueza y complejidad. Trata así la reciprocidad y el amor, como también los indeseables pero en ocasiones necesarios conflictos (sean maritales, paternofiliales o fraternales) propios de la convivencia entre generaciones. Como en otros relatos de Ceylan, un pulso común y universal alienta El peral salvaje, trascendiendo su pertenencia a un entorno sociocultural y religioso.

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Más allá de particularidades coyunturales, su modelo narrativo es la parábola semítica: un personaje emprende un periplo motivado por una búsqueda, jalonada a su vez por encuentros con otros personajes. En este caso, los padres y abuelos de Sinan, una amiga, el alcalde de la localidad, un escritor, un posible editor, dos imames, etc. Se suceden con naturalidad no acentuada y en largas secuencias, los lugares, situaciones, diálogos, el cambio constante. De modo inadvertido, el devenir va tornando en beneficiosas experiencias didácticas y sapienciales (aquí contrastadas con dosis de duda relativista y relativo laicismo: turco, musulmán). En ese sentido, no es extraño que El peral salvaje entrañe afinidades con el cine de Semih Kaplanoğlu o el de los grandes persas (Kiarostami, Panahi, Mohsen Makhmalbaf, etc). Por lo demás, la recurrencia (quizá excesiva) de un fragmento de una pieza de Bach o la hermosa fotografía, subrayan intensidades, encrucijadas interiores, la sucesión de las estaciones… Ni tempo ni tono son afectados por la extrañeza y el misterio de los fugaces pasajes oníricos. Lo mismo ocurre con las secuencias organizadas en planos breves, plano-contraplano, planos secuencia…

Un símbolo es, creo yo, recurso clave en la evolución de protagonista y relato. Su libro, también titulado El peral salvaje, es el elemento madurativo, vinculante y cohesionador, gracias al cual Sinan recupera la verdad de su origen y, por tanto, de sí. Ve a abuelo, padre y a sí mismo como perales salvajes (lobos esteparios cabría añadir), solitarios, luchadores, independientes. Fruto de la cotidianidad, el libro torna espejo donde cada uno mira y reconoce con matices renovados el valor propio y ajeno. El hijo pródigo se revela así mediante su propia emanación, siendo a la vez redescubierto y dimensionado en ella por sus padres.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Gökhan Tiryaki
  • Música: Johann Sebastian Bach
  • 188 minutos
  • Público adecuado: +12 años
  • Turquía, Francia, Bulgaria, Alemania, (Ahlat Ağacı), 2019
  • Distribuidora: Golem
  • Estreno: 2 de agosto de 2019
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Reseña
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Licenciado en Geografía e Historia (especialidad Historia del Arte) y Diplomado en Estudios Avanzados de Historia del Arte. Autor del libro “John Ford en Innisfree. La homérica historia de ‘El hombre tranquilo’ (1933-1952)”