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El príncipe de Egipto

Película que ha sabido utilizar los recursos, posibilidades y limitaciones del dibujo animado, su arte, para contar una historia universal que merecía la pena recordar

El príncipe de Egipto (1998)

El príncipe de Egipto: Una película que hace historia

Con El príncipe de Egipto nos encontramos ante una película de animación distinta en todos los sentidos. Lo primero que llama la atención es que Jeffrey Katzenberg, el artífice del producto, y uno de los tres responsables junto con Spielberg de la Dreamworks, haya arriesgado tanto (10.000 millones de pesetas ha costado la película, 24.000 si contamos publicidad y la creación de la división animada de los estudios Dreamworks), para contar una historia que ya se ha llevado en otras ocasiones al cine, la historia bíblica de Moisés, que tiene carácter religioso, lo que a primera vista parece limitar el número de espectadores, y que además está contada con dibujos animados.

La cuestión queda aclarada al terminar de ver la película. Comencemos por el guión. Ha sabido rescatar el valor perenne de un relato de coraje humano, liberación y encuentro con Dios. Respetando el texto original, pero sin ser literales, los guionistas, con Kelly Asbury y Lorna Cook a la cabeza, han sido capaces de retratar a unos personajes de carne y hueso, huyendo del maniqueísmo tan al uso en los dibujos animados. Al mandato divino a Moisés de liberar al pueblo hebreo se suma como eje argumental una original profundización en la amistad entre Moisés y su hermano Ramsés -futuro faraón-, llena de espléndidos matices en la relación entre ambos, con su familia real y con el entorno de la corte.

No hay concesiones a lo infantil, ni ratoncitos ni pequeños dragones; no se han dulcificado algunos pasajes como la brutalidad hacia los esclavos o la matanza de niños hebreos por orden del faraón; tampoco habrá merchandising que vender, ni juegos de ordenador con sus protagonistas. Se ha querido hacer una película para todos los públicos en el mejor sentido de la expresión: tan válida para el adulto como para el menor.


El ritmo está bien planificado en este drama de dimensiones épicas. Los primeros minutos tienen una intensidad y un calado dramático que no se han visto antes en el comienzo de un largometraje animado. Quizás algunas escenas, como la del primer encuentro de Moisés con su hermana, hubieran necesitado algo más de desarrollo. Aún así, el interés y el empuje de la narración no decaen en ningún momento durante la hora y media que dura la cinta. Todo un ejercicio de síntesis si lo comparamos con las cuatro horas de duración de su antecesora, Los diez mandamientos.

Hans Zimmer, el autor de la banda sonora, ha intentado que su música le diera cierto eco a la acción y ralentizara la rapidez con la que a veces necesariamente evolucionan los acontecimientos. El resultado es efectivo, sin renunciar a lo grandioso y lo intimista. Consigue que el fuerte carácter emocional de la película no derive al tono sentimental, como suele ocurrir en las producciones Disney. Un aliciente añadido para hacerse con la banda sonora es que incluye el tema principal When you believe, en las voces de Whitney Houston y Mariah Carey.

Las innovaciones en el plano artístico y técnico no son menores que en el aspecto argumental. El filme está concebido como una obra plástica. La inspiración visual se buscó en Doré para los efectos de escenificación, iluminación y para mostrar grandes distancias; en Monet y los impresionistas americanos para conseguir esa luz del sol que hace vibrar de intensidad los colores; en David Roberts para tratar la complejidad arquitectónica del mundo egipcio; y en David Lean, en su película Lawrence de Arabia, para conocer el desierto que cruzó Moisés y representar su enormidad.

Para los efectos especiales se contrató a Henry La Bounta, nominado al Oscar por su trabajo en Twister, y a Doug Ikeler, que colaboró en filmes como Babe.

Hay dos mundos reflejados en la película: el majestuoso imperio y el entorno pequeño e íntimo de los hebreos. De esta forma, el mundo egipcio resulta más grande que el mundo real y los espectadores tienen la sensación de ver algo verdaderamente enorme.

Se alcanzan cotas de expresividad nunca vistas en el rostro de un dibujo animado gracias a la importancia dada a la mirada, que consigue comunicar el mundo interior de cada personaje con sutiles movimientos de los ojos. Coordinando los trabajos de manera sobresaliente han estado los directores de la película, Brenda Chapman, Simon Wells y Steve Hickner.

Hasta aquí he contado algo de lo que encontraremos al ver El príncipe de Egipto. Pienso que esta obra maestra ayudará a romper los convencionalismos sociales, que suelen hacer «necesaria» la excusa de acompañar a tu hijo, o a una sobrina, para ver dibujos animados en el cine sin sentirte infantil.

Lo mejor de todo es que tanto dinero y tanta ambición artística no han terminado conformando una película pastiche, que no sabemos si es un trabajo de actores, una exposición de cuadros o un filme raro de dibujos animados. El resultado es una película que ha sabido utilizar los recursos, posibilidades y limitaciones del dibujo animado, su arte, para contar una historia universal que merecía la pena recordar.


El príncipe de Egipto (The Prince of Egypt)

EE.UU., 1998

Ficha Técnica

Montaje: Nick Fletcher Música: Hans Zimmer, Stephen Schwartz Duración: 97 min. Distribuidora: Universal

 

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