Inicio Críticas películas El tiempo que queda

El tiempo que queda

Película en la onda del discurso habitual de su director, empeñado en construir personajes autónomos que luchan en soledad, y en situarlos en tesituras en que sus decisiones carecen de perspectiva moral

El tiempo que queda (2005)

El tiempo que queda: Sin pulso vital

En su última película, François Ozon (París, 1967) continúa la trilogía iniciada con Bajo la arena en torno a la muerte, contemplada ahora desde la óptica del propio protagonista de la historia. Esta vez ha elegido el género del melodrama para presentar los últimos días de Romain, un joven fotógrafo drogadicto, al que le diagnostican un cáncer terminal.

El niño mimado del cine francés mantiene en esta cinta su interés por adentrarse en el mundo homosexual, para indagar en el modo en que este egocéntrico y arrogante personaje afronta el dolor y una muerte cercana, asumida tras negarse a luchar por sobrevivir en un entorno poco alentador. Su actitud se aleja de la natural inclinación a reconciliarse con el mundo que va a abandonar, y tampoco se atisba en el enfermo ningún deseo por apurar ese tiempo que queda en busca de una felicidad posible: es el antihéroe posmoderno que se enfrenta al mundo y se afirma en una supuesta independencia y autonomía, que se niega a hacer las paces con su familia y que, en cambio, cree tener un gesto solidario cuando se presta a tener relaciones con una mujer a quien su marido no puede darle un hijo.

La conexión de esta propuesta con Bergman y sus Fresas salvajes resulta evidente, pues ambas buscan en la memoria del enfermo sus felices momentos de la infancia. Pero Ozon carece de la fuerza dramática y de la capacidad para reflexionar sobre el sentido de la vida del director sueco, y los flashback no pasan de ser meros insertos que aspiran a crear atmósferas de poesía y sensibilidad.


Es posible que el protagonista sea un factor decisivo, pues el rostro de Melvil Poupad no tiene la intensidad emocional de que hacía gala Victor Sjöstrom, pero en cualquier caso la realidad es que no alcanza más que esporádicos momentos de emotividad -como en la escena final en la playa, que también nos lleva a Visconti y su Muerte en Venecia-, y son muchos los pasajes que se quedan en un intimismo superficial; de igual manera, la explicitud en las secuencias sexuales parecen esconder cierta incapacidad para trasmitir de manera poética el insaciable anhelo de amor o el sufrimiento interior de quien está apurando sus últimos días. De hecho, la película resulta fría y poco emotiva, mientras que sus personajes aparecen distantes en pantalla, y el espectador respira fotograma tras fotograma una inequívoca sensación de amargura y tristeza vital.

Por otro lado, no resulta convincente la reacción de Romain ante el anuncio de una muerte próxima, por mucho que quiera mantener su vida inalterable, encontrar ante todo la paz consigo mismo, y que eso le lleve a ocultar la noticia a su familia -sólo se lo comunica a su abuela, por la afinidad de quienes ven la muerte a la vuelta de la esquina-; ni tampoco resulta verosímil la subtrama de la pareja que le solicita, «en régimen de alquiler», que les proporcione el hijo que el estéril marido no puede dar. No parecen sino intentos de dar humanidad a una muerte anunciada, pero que no superan la fase epidérmica y un tanto insulsa.

Las fugaces apariciones de grandes actrices como Jeanne Moreau, Marie Riviére o Valeria Bruni-Tedeschi aportan su dosis de calidad interpretativa, pero no bastan por sí mismas para dar consistencia a una película a la que le falta fuste dramático.

Película en la onda del discurso habitual de su director, empeñado en construir personajes autónomos que luchan en soledad, y en situarlos en tesituras en que sus decisiones carecen de perspectiva moral. Sorprende su inclusión en la Sección Oficial de Cannes -aunque tenía derecho de cuna-, y más aún que recibiera la Espiga de Plata en la última Seminci, en la que Melvil Poupad también se llevó el premio al mejor actor.

Ficha Técnica

  • País: Francia (Le temps qui reste, 2005)
  • Fotografía: Jeanne Lapoirie
  • Montaje: Monica Coleman
  • Música: Marc-Antoine Charpentier, Arvo Pärt, Valentin Silvestrov
  • Distribuidora: Vértigo
Suscríbete a la revista FilaSiete

Reseña
s
Historiador. Crítico de cine. Autor de los libros "Azul, blanco, rojo: Kieslowski en busca de la libertad y el amor" y "Guía fácil para entender el cine".
Salir de la versión móvil