La vida de Pi: De tigres y barcas

Era cuestión de tiempo que la novela del  canadiense Yann Martel llegara al cine. La obra ganadora del Booker en 2002 es una historia característica de la narrativa de escritores  indios que viven o han vivido en Occidente.

Lo digo porque la estrategia para captar la atención del lector occidental es muy clara y lo han hecho decenas de escritores indios (alguien explicará alguna vez a muchos periodistas españoles que indio e hindú no son términos sinónimos).

A Martel hay que reconocerle el mérito indudable de no haber abusado del pintoresquismo sincretista de muchos de sus colegas que han logrado agotarnos con tanto sari, tanta boda del monzón, colorines y especias. Su novela, poderosa y bien escrita, entronca con una tradición literaria muy poderosa de la que Conrad es la cima, que sitúa al ser humano en un ambiente hostil y en situación de indefensión para ir en busca de su voz, de su manera de asumir la vida y la muerte.

Pi se pregunta por el sentido de la vida y sus preguntas suenan bien y tienen interés y amenidad, aunque la novela es elemental y populista y Lee se encarga de que todo pase por su tamiz de escepticismo radical: para él la religión es una monserga supérflua que hay que suprimir cuanto antes (consúltense las entrevistas) y el ser humano, un puñado de carne con instintos que le vienen bien para hacer películas.

El retrato de la situación nuclear de la historia (un chaval con tres fieras en una barca) tiene una importancia relativa porque lo que cuenta es la manera en que el protagonista percibe y asume esa realidad.

Viene a cuento esta digresión porque hay que reconocerle a Lee su capacidad para captar el alma de la novela y no perderse en lo accidental, para crear un producto híbrido y políticamente correcto que encante sin devaluar el relato original.

El guión de David Magee (Descubriendo Nunca Jamás, Un gran día para ellas) tiene pulso y oficio (mucho oficio de escritor de guiones adaptados), pero también suerte. Cuando Magee se escora hacia el manido recurso del realismo mágico, punteado con relato de gurú involuntario que ocupa posición de faro por la singularidad de su carácter, a la manera Forrest Gump, salta el tigre, es decir, Ang Lee, un director con unos recursos fílmicos de primera categoría.

La historia de La vida de Pi no me interesa demasiado, la verdad, pero Martel primero y Lee después han conseguido que lea y vea con agrado, sin apenas desfallecimientos. A pesar de que al libro y a la película le sobran muchas páginas.

Comparar la obra de Martel con la de los Coelhos, Galas y demás escritores «Avon llama a tu puerta» es ofensivo.

Es cierto que la película plantea someramente el apasionante entramado fe-destino-providencia- libertad-determinismo-naturaleza-teismo-ateismo-panteismo-religiones naturales y reveladas pero, no lo es menos, que bordea el papanatismo de la autoayuda una vez y otra, con un tonillo Zen, pequeño saltamontes, tu dedo oculta la luna, etc, etc.

Ficha Técnica

  •  Claudio Miranda 
  • Montaje: Tim Squyres 
  •  Mychael Danna 
  • País: EE.UU.
  • Año: 2012 
  • Distribuidora: Fox 
  •  127 minutos  
  • Mayores de 12 años

Estreno: 30/11/2012.

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Reseña
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Profesor universitario de Narrativa Audiovisual, Historia del Cine y Apreciar la belleza. Escritor