Gracias a Dios: Texto y contexto

· A pesar de estar rodada con una frialdad clínica Gracias a Dios provoca, está hecha para provocar una reacción visceral. El final, casi por derribo, cuestiona la fe.

François Ozon, cineasta que sigo desde su primera película (Regarde la mer, 1997), siempre ha mostrado talento aunque no siempre lo ha demostrado. Frantz es su mejor película y comprendes los elogios recibidos, pero cuesta entender el entusiasmo ante películas como Swimming Pool, Joven y bonita, Mi refugio o Una nueva amiga.

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Ozon ha realizado un filme notable, con un tema doloroso y difícil de afrontar. Reconstruye la película los hechos que son objeto del juicio en el que se acusa al sacerdote Bernard Preynat de abusos cometidos con niños 30 años atrás. El cardenal de Lyon es incriminado por un supuesto delito de ocultación. La película debía estrenarse oportunamente unos días antes del veredicto. [En efecto, el cardenal Barbarin fue condenado por obstrucción a la justicia y la sentencia ha sido recurrida].

La historia es la de tres hombres que sufrieron abusos sexuales por parte de Preynat y el nacimiento de una asociación de víctimas. El movimiento lo inicia Alexandre, hombre que ha superado el trauma, está felizmente casado, tiene una familia numerosa y conserva la fe. Un día, por casualidad, descubre que el sacerdote que abusó de él sigue trabajando con niños; denuncia los hechos al obispado y tiene la sensación de que no hay una reacción adecuada. Entonces irá por lo civil. La acción civil la encabezará François, que también superó  el trauma y formó una familia, aunque perdió la fe y se ha vuelto ateo. El tercer hombre, Emmanuel, sigue física y anímicamente afectado.

El guión es inteligente. Ozon intenta -en buena medida lo consigue- mantener un aire de reportaje y ceñirse a los hechos. Expone con sobriedad, muestra personas reales, de carne y hueso y, en general, no hace grandes descalificaciones. De todas maneras hay una escalada en el tono de la fría y en parte desapasionada denuncia inicial de Alexandre, a la más furiosa toma de posición de François, para terminar con el desgarrador grito de Emmanuel. El efecto es  estremecedor. Máxime cuando tres grandes actores, Melvil Poupaud, Denis Menochet y Swan Arlaud -sin despreciar al resto de un reparto excelente- dan el do de pecho.

La película es larga, lenta y en muchos momentos dolorosa de ver. La primera mitad tiene incluso una bella factura en la que los silencios y la voz en off se adecúan particularmente bien a la narración. Después resulta más convencional e inevitablemente llega a cansar. Nadie cuestiona la bondad de la causa, iniciada por católicos que desean ver limpia la imagen de la Iglesia; mencionan expresamente que esos hechos afectan primeramente a la mayoría de los sacerdotes fieles a su ministerio. Nadie exculpa al padre Preynat, ni siquiera él mismo que siempre reconoce los hechos. Quienes están acusados son los que conocían lo que ocurría y callaron o no hicieron nada (o eso parece); incluidas las víctimas y sus familias. En cuanto a los abusos, en algún momento también recuerda que no son una exclusiva de la Iglesia.

A pesar de estar rodada con una frialdad clínica Gracias a Dios provoca, está hecha para provocar una reacción visceral. El final, casi por derribo, cuestiona la fe: uno de los protagonistas anuncia la buena nueva de que va a hacer un certificado de apostasía; otro pregunta directamente “¿todavía crees en Dios?”. La mesura de que Ozon hace gala durante la mayor parte del metraje se le acaba: traza una línea y la Iglesia son unos edificios, sacerdotes y obispos; los fieles no serían más que espectadores. Ozon cae en un error simétrico al del obispo encubridor (si lo fue) que querría proteger la imagen de la Iglesia, como si los niños que sufrieron los abusos no fueran la Iglesia.

En cuanto al proceso por encubrimiento, el cardenal Barbarin siempre negó esa acusación. Y esa parte de la historia no la conocemos. Cabe pedir prudencia y no caer en el anacronismo de aplicar criterios y experiencias recientes a sucesos de hace más de treinta años, cuando no existía ni los medios, ni las experiencias, ni los protocolos, ni las leyes de hoy a la hora de abordar esos crímenes.

Hasta ahí la película. Aunque yo quiera ser honesto juzgándola, Ozon no me lo permite: está ocupado en justificar la pérdida de su fe. Con su actitud beligerante y con sus descalificaciones globales sobre la Iglesia en febrero pasado en Francia y ahora en su estancia promocional en España manifiesta una actitud frecuente por desgracia en bastantes países. Consiste en ejercer una presión brutal sobre la opinión pública, sabiendo que los tribunales están juzgando algunos casos de abusos con un manejo del derecho sustantivo y del derecho procesal muy discutibles, recurriendo a sentencias “ejemplarizantes” que provocan auténtico pavor. La respuesta jurídica de los abusos no puede, no debe abusar del derecho.

Por tanto, el texto de mi crítica necesita el contexto: un director que estrena su película en Francia antes de que se resuelva el recurso de apelación sobre el supuesto comportamiento delictivo de Barbarin. Un director (desde que le conozco, percibes que tiene talento pero también un notable aprecio por sí mismo y sus criterios) aprovecha el estreno en España para criticar a la Iglesia, facilitando titulares populacheros que más que clarificar, enturbian la película.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Manuel Dacosse
  • Montaje: Laure Gardette
  • Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine
  • Duración: 137 min.
  • Público adecuado: +16 años
  • Distribuidora: Golem
  • Francia (Grâce à Dieu), 2019
  • Estreno: 18.4.2019
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Reseña
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Historiador y filólogo. Miembro del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ha estudiado las relaciones entre cine y literatura. Es autor de “Introducción a Shakespeare a través del cine” y coautor de una decena de libros sobre cine.