Habana Blues

De­lirio y utopía en una Cuba que, más allá del exotismo turístico, da mucha, mucha pena, y me­rece mucha, mucha más libertad

Habana Blues

Habana Blues: Delirio y utopía

Haban Blues | Dos jóvenes cubanos, cerca ya de los trein­ta, tienen un sueño común: convertirse en estrellas de la música. La an­siada oferta de una baqueteada productora española, para grabar y actuar fuera del país, cam­biará sus vidas y sus relaciones con familiares y amigos.

La dignidad, la amistad y el amor se ponen a prueba en Habana Blues, el esperado regreso del director de Solas, formado en la escuela de cine cubana de San An­to­nio de Baños.

Rodada en La Habana, la película está dominada (excesivamente, para mi gusto) por la vigorosa música de grupos de rock alternativos. Cuando nació el proyecto, Benito Zambrano (Lebrija, Sevilla, 1965) pensaba más bien en cantautores, porque de hecho fue en 1994 en un concierto del trovador Gerardo Al­­fonso, celebrado en La Habana, donde a Zam­brano se le ocurrió la idea de Habana Blues. Ese proyecto quedó guardado en su bolsa junto a otra semilla de película que iba a lle­var por título Negro, y que terminó siendo la aclamada Solas.

Habana blues, de Benito Zambrano

Parece claro, después de ver y oír Habana Blues, que Zambrano es un director español muy por encima de la media española, con una proporción muy atractiva e infrecuente de feeling y timing como narrador estilizado de historias urbanas de gente corriente, de amores y desamores, de sueños y quimeras. En su segundo largo, la fotografía ha pasado de ese maestro del intimismo dramático que es Tote Trenas al francés Jean-Claude Larrieu, responsable de la última película de Coixet, Mi vida sin mí. Larrieu hace un gran trabajo, especialmente en las secuencias musicales. El montaje de Fernando Pardo, que ya ensambló Solas y Padre Coraje con buena mano, vuel­ve a ser muy oportuno y especialmente bri­llante en el desenlace. Zambrano coescribe el guión con el cubano Ernesto Chao, un viejo amigo y colaborador del director, que de alguna manera ha aportado a la historia la perspectiva del artista cubano que se quiere reflejar en la película, consciente de las lacras del régimen cubano, pero también crítico con los sistemas democráticos occidentales. En la producción sigue estando Antonio Pérez, pa­trón de Maestranza y mentor de Zambrano.

Con estos mimbres, si bien se reafirma el talento de Zambrano para capturar las relaciones entre personajes de a pie y enganchar al es­pectador, no lo es menos que a su historia le falta calado y le sobra relleno, también sexual, en una secuencia sencillamente inexplicable en un cineasta de su talla. En el diseño de los personajes (muy bien interpretados por un reparto bien seleccionado) hay poca hondura. Esa superficialidad daña la credibilidad del conflicto entre Rui y Caridad, casados y con dos hijos.

La película no tiene ni media alusión política, Fidel parece el innombrable. La respetable (y seguramente estratégica) opción por no hablar de política termina chocando-escamando, por mucho que Zambrano se empeñe en explicar que él no es quién para juzgar, y que ha querido hacer un homenaje al pueblo cubano y, en especial, a los artistas (esas pobres criaturas a las que un Actor Incontinente y Des­me­su­ra­do no deja demasiado espacio). En fin, cine (a ratos muy bueno) de sentimientos, de sentidos, de remembranza, de emocionado recuerdo.

De­lirio y utopía en una Cuba que, más allá del exotismo turístico, da mucha, mucha pena, y me­rece mucha, mucha más libertad.

Ficha Técnica

  • País: España, 2005
  • Fotografía: Jean-Claude Larrieu
  • Montaje: Fernando Pardo
  • Música: Juan Antonio Leyva, Magda Rosa Galván
  • Distribuidora: Warner
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