Hacia la luz: La propia vida
Naomi graba con una mano a su abuela que está en el jardín recogiendo guisantes. Con la otra trata de tocarla para conservar la calidez de su cuerpo. «Abuela, ¿me echas de menos?». Por un instante, tiene la impresión de que el yo que sostiene la cámara y el que palpa son dos personas distintas. «Quizá en eso radica la diferencia entre lo objetivo y lo subjetivo». Su abuela ya ha fallecido pero el recuerdo permanece en el evento TEDx Talks sobre «El valor de las películas» que la directora japonesa pronunció en 2010, toda una declaración de intenciones que conecta íntimamente con Hacia la luz, estrenada siete años más tarde.
Algo así diría Misako Ozaki, descriptora de audio de películas para ciegos en el penúltimo filme de Naomi Kawase, si tuviera que explicar la vida de la directora. En presente y con frases escuetas, como arranca la película con el personaje enumerando todo lo que ve en su recorrido matinal hacia el trabajo, en una graciosa muestra de deformación profesional.
En otra secuencia, Misako coloca una vieja fotografía en la que aparece de niña junto a su padre en un atardecer en las montañas sobre la imagen de una puesta de sol. Es obra de Masaya Nakamori, fotógrafo maduro de reconocido prestigio en Nara -ciudad natal de la cineasta muy presente en sus filmes- que está perdiendo la vista, el otro personaje principal de la película. Al igual que la directora, siluetea con el dedo las dos figuras y el sol brillante tratando de retenerlos para siempre.
Los dos personajes son seres heridos por el zarpazo de la ausencia. Misako, por la de su padre muerto y por la de su madre, aferrada a los islotes de recuerdos aún no anegados por el Alzheimer. «Mamá, ¿eres feliz? -le pregunta en una visita a la aldea de la infancia». «Si tú eres feliz, yo soy feliz», contesta ella movida por un superviviente instinto maternal. El Sr. Nakamori, la de su esposa, a punto de casarse en segundas nupcias con otro hombre, y la del sentido de la vista, que es su forma de entender el mundo, su medio de subsistencia y su corazón.
Nakamori participa en los test de los audio comentarios de la compañía White Light -el nombre no es casual- y choca frontalmente con el criterio descriptivo de Misako, demasiado invasivo y condescendiente para la sensibilidad de los invidentes. Los dos parecen repelerse, pero a través del cine y después de un duro viaje interior acabarán por encontrarse en esa luz crepuscular que persiguen sin saber a dónde conduce, y que da título a la película.
«Qué pequeño soy ante la inmensidad del mundo»
Es lo que el viejo Juzo -personaje que interpreta el veterano actor japonés Tatsuya Fuji, actor y director de la película que Misako guioniza para ciegos- dice a su joven amor. A las puertas de la muerte se siente minúsculo pero paradójicamente añade: «mi amor es interminable». Hay un profundo dolor elegíaco en este atardecer de la vida.
La directora japonesa, fotógrafa de formación académica, siempre escribe y rueda sobre personajes que sufren pérdidas (Machiko, la trabajadora social de El bosque del luto, que ha perdido a su hijo; los habitantes de Asuka en Hanezu, que ya no disfrutan como antes del placer de la espera; Sentaro, el encargado de Una pastelería en Tokio, que trabaja sin sentido). Son facetas de ella misma, abandonada por sus padres y adoptada por su tía abuela. Kawase rueda para comprenderse y para dar respuesta a sus dilemas existenciales, «vive en la búsqueda del sentido de su vida».
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Ficha Técnica
- Dirección: Naomi Kawase,