Hacia la luz

El proceso de creación fílmica y su relación con la vida están presentes de una manera especial en esta nueva obra de Naomi Kawase

Hacia la luz (Naomi Kawase, 2017)

Hacia la luz: La propia vida

Naomi graba con una mano a su abuela que está en el jardín recogiendo guisantes. Con la otra trata de tocarla para conservar la calidez de su cuerpo. «Abuela, ¿me echas de menos?». Por un instante, tiene la impresión de que el yo que sos­tiene la cámara y el que palpa son dos personas distintas. «Quizá en eso radica la di­ferencia entre lo objetivo y lo subjetivo». Su abuela ya ha fallecido pero el recuerdo per­manece en el evento TEDx Talks sobre «El valor de las películas» que la directora japonesa pronunció en 2010, toda una declaración de intenciones que conecta íntimamente con Hacia la luz, estrenada siete años más tarde.

Algo así diría Misako Ozaki, descriptora de audio de películas para ciegos en el penúl­ti­mo filme de Naomi Kawase, si tuviera que explicar la vida de la directora. En presente y con frases escuetas, como arranca la película con el personaje enumerando todo lo que ve en su recorrido matinal hacia el trabajo, en una graciosa muestra de deformación pro­fesional.

En otra secuencia, Misako coloca una vieja fotografía en la que aparece de niña junto a su padre en un atardecer en las montañas sobre la imagen de una puesta de sol. Es obra de Masaya Nakamori, fotógrafo maduro de reconocido prestigio en Nara -ciudad na­tal de la cineasta muy presente en sus filmes- que está perdiendo la vista, el otro per­sonaje principal de la película. Al igual que la directora, siluetea con el dedo las dos figuras y el sol brillante tratando de retenerlos para siempre.


Los dos personajes son seres heridos por el zarpazo de la ausencia. Misako, por la de su padre muerto y por la de su madre, aferrada a los islotes de recuerdos aún no anega­dos por el Alzheimer. «Mamá, ¿eres feliz? -le pregunta en una visita a la aldea de la infancia». «Si tú eres feliz, yo soy feliz», contesta ella movida por un superviviente ins­tinto maternal. El Sr. Nakamori, la de su esposa, a punto de casarse en segundas nup­cias con otro hombre, y la del sentido de la vista, que es su forma de entender el mun­do, su medio de subsistencia y su corazón.

Nakamori participa en los test de los audio comentarios de la compañía White Light -el nombre no es casual- y choca frontalmente con el criterio descriptivo de Misako, de­masiado invasivo y condescendiente para la sensibilidad de los invidentes. Los dos pa­recen repelerse, pero a través del cine y después de un duro viaje interior acabarán por encontrarse en esa luz crepuscular que persiguen sin saber a dónde conduce, y que da título a la película.

«Qué pequeño soy ante la inmensidad del mundo»

Es lo que el viejo Juzo -personaje que interpreta el veterano actor japonés Tatsuya Fu­ji, actor y director de la película que Misako guioniza para ciegos- dice a su joven amor. A las puertas de la muerte se siente minúsculo pero paradójicamente añade: «mi amor es interminable». Hay un profundo dolor elegíaco en este atardecer de la vida.

La directora japonesa, fotógrafa de formación académica, siempre escribe y rueda so­bre personajes que sufren pérdidas (Machiko, la trabajadora social de El bosque del lu­to, que ha perdido a su hijo; los habitantes de Asuka en Hanezu, que ya no disfrutan co­mo antes del placer de la espera; Sentaro, el encargado de Una pastelería en Tokio, que trabaja sin sentido). Son facetas de ella misma, abandonada por sus padres y adoptada por su tía abuela. Kawase rueda para comprenderse y para dar respuesta a sus dilemas existenciales, «vive en la búsqueda del sentido de su vida».

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El estudio crítico completo de esta película se encuentra en el libro Cine Pensado 2017, que puedes adquirir en este enlace:

Ficha Técnica

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