Handia: Mito e identidad

El éxito obtenido por Loreak allana la llegada de Handia, que significa el más al­to en euskera, con la que Jon Garaño y Aitor Arregi pretenden dar un giro respecto a su anterior trabajo, aunque la historia del gigante de Altzo mantiene el to­no íntimo que desprendía Loreak, a la que está vinculada por la austeridad del relato y por un cierto aire de misterio.

Desde luego, también existe una conexión entre el perfil de los personajes principales de ambas cintas: Joaquín (Eneko Sagarduy), con un punto autista y huidizo que hace creí­ble su papel tanto a nivel emocional como físico, y Ane (Nagore Aranburu), quien des­de la existencia solitaria invoca una atmósfera de recogimiento.

En su anterior película consiguen que el cine en euskera se haga un hueco en el mer­cado y ahora, con esta propuesta tan ambiciosa, completan una filmografía muy in­teresante que en este último eslabón une metafóricamente lo distinto o extraño (idio­ma) con el personaje recordado (diferente).

Garaño, Arregi y Goenaga, guionistas de la anterior cinta, juntan de nuevo su creati­vi­dad y escriben esta obra con Andoni de Carlos a la que imprimen el sello inconfundible de Moriarti, de la que son socios. Esta productora, una de las tres que participa en la pe­lícula, vertebra una trayectoria muy sugestiva que se desarrolla desde hace más de una década. En este sentido, resulta muy edificante conocer la procedencia de esta historia explicada por los propios directores:

«Con 8-9 años fuimos con la escuela al museo San Telmo de San Sebastián y ahí descu­brí la historia de un hombre que me fascinó. Para mi sorpresa, hacía años que el gigante también estaba en la cabeza de Andoni de Carlos. En su caso, desde que visitara el pueblo natal de Miguel Joaquín Eleizegui y observara la estatua a escala real que hay en el municipio».

Como siempre, el origen está en el cortometraje, en el que avanzan elementos comu­nes al espíritu de sus piezas, como podemos apreciar en algunos de sus trabajos en este for­mato, desde Sahara Marathon (2004), Sintonía (2005), hasta On the line (2009).

Si en Loreak hay un equilibrio narrativo, en Handia el guion retiene un tanto el crecimiento de la película en la que la emoción se hace esperar. No obstante, esta fábula ale­górica es una interesantísima propuesta que nos habla, sobre todo, del amor fraternal en­tre hermanos y de su proceso de adaptación a los nuevos tiempos.

Cambios

La voz en off de Martín (Joseba Usabiaga) apunta una de las ideas principales que sus­tenta esta película: «el mundo cambia continuamente». Tesis que subraya el propieta­rio del circo que exhibe al gigante, José Antonio Arzadun: «nos adaptamos a todo, siem­pre es así, es lo mejor que tienen los seres humanos». Martín le contesta categórica­men­te: «yo creo que es lo más miserable que tenemos».

En un primer plano brillante apreciamos a Martín dentro del hueco de la tumba de su hermano, que vivió poco más de cuarenta años y cuya historia se nos cuenta a modo de flashback.

Como una herencia «darwinista», las mutaciones son una constante en la evolución del ser humano. Jon Garaño lo explica así: «Al final, estamos constantemente en esa rueda, estamos avanzando y ante eso, tú pue­des tener una actitud X o Y. Yo creo que eso es aplicable a cada uno de nosotros en cualquier ámbito de nuestra vida. No solo en lo político, también en lo personal, en lo social, familiar. En todo».

La sempiterna dualidad entre los que aceptan o rechazan los cambios recorre toda la película. Unos son receptivos a cualquier tipo de innovación que favorezca su crecimiento personal. Otros, sin embargo, se niegan a aceptar la transformación, alegando pér­dida de su identidad.

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