Hannibal

Una continua confusión entre el bien y el mal, haciendo de la demencia racionalidad

Hannibal

Hannibal: El doctor Lecter vuelve con hambre

Pocas películas provocan tanto la comparación como ésta. Su predecesora, El silencio de los corderos, no puede sino ser constante punto de referencia. En esta ocasión, Clarice Starling ya no es la que era (y nunca mejor dicho, pues el papel lo interpreta Julianne Moore). Ya no es una estudiante aspirante a policía, sino una solitaria agente del FBI, que entre caso y caso dedica tres minutos diarios a pensar en Lecter. Por su parte, el famoso doctor ya no es el único habitante de su celda, ahora vive en Florencia rodeado de arte y lujo. Hay pues muchas diferencias entre ambas películas, de las que sale derrotada, a mi entender, esta segunda parte.

El mayor problema de Hannibal es su estructura. El primer encuentro entre Clarice y Lecter se produce a la hora y media de empezar la sesión, mientras que los diálogos entre ambos eran el plato fuerte en su predecesora. Anthony Hopkins devoraba al personaje de Jodie Foster sin tener que salir de su celda, le bastaba con fagocitarle sus recuerdos. Aquel quid pro quo desprendía una altísima carga de tensión sin una sola gota de sangre. Era la ambientación, y lo que el espectador se imaginaba, lo que más horror producía. En cambio, en Hannibal no hay elipsis. El espectador no tiene nada que imaginar. No hay tiempo para intercambio de diálogos. Todo es acción, fisicidad que diría Garci. Todo se muestra con detalle, pasando muy de largo la línea de lo macabro. Ridley Scott destruye así todo el extraño magnetismo que Jonathan Demme había logrado entre los protagonistas, y deja la serie convertida en una especie de museo de los horrores.

El guión no acierta con el tono y camina dando bandazos. En esta ocasión no hay una línea argumental tan clara como en la anterior. No hay un Búfalo Bill al que dar caza. La historia está llena de agujeros. No se termina de profundizar en los personajes, como si simplemente se aprovechara la memoria que tiene el espectador de la primera película. El personaje de Hannibal corre así el peligro -si se hiciera una tercera parte-, de quedar convertido en una especie de Freddy Cruger, a quien los adolescentes terminan aplaudiendo cada vez que hace una de las suyas. Desde luego ésta no es una película para niños. Hay una continua confusión entre el bien y el mal, haciendo de la demencia racionalidad. El espectador difícilmente verá en las víctimas a una persona, porque son personajes planos y esquemáticos. David Mamet (Los intocables de Elliot Ness) y Steven Zaillian (La lista de Schindler) son dos de los más afamados guionistas de Hollywood, pero parece que no han podido sacar más partido a una mala novela.


Sin embargo, a pesar de todo lo dicho hasta ahora, la película entretiene. Ridley Scott logra una apabullante puesta en escena, coreografiando magistralmente secuencias como las de las persecuciones. La película transcurre en lugares bellos y sofisticados rodados con gusto exquisito en colores fríos y de alto contraste, como símbolo estético del carácter manierista de la cinta, donde la belleza y el horror están en continuo contraste. Le ayuda a ello la música de Hans Zimmer, que compone una música de tonos clásicos, muy del gusto del doctor, buscando así un contrapunto a la violencia de la pantalla.

Ficha Técnica

  • País: EE.UU., 2001
  • Fotografía: John Mathieson
  • Montaje: Pietro Scalia
  • Música: Hans Zimmer
  • Vestuario: Janty Yates
  • Estreno en España: 23 de febrero 2001
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