Intervención divina: Cuando sobran las palabras

Recién vista en San Sebastián (Zabaltegi) se estrena en España la segunda película del palestino Elia Suleiman, merecedora de los premios Especial del Jurado y Fipresci en el último Festival de Cannes.

Suleiman (Nazaret 1960) estudió cine en Estados Unidos, donde vivió de 1981 a 1993. En 1994, vuelve a Jerusalén para crear un Departamento de Cine y Medios de Comunicación en la Universidad de Bir Zeit a petición de la Comisión Europea. Dos años más tarde, realiza su primer largometraje, Chronicle of a disappearance, con el que ganó el Premio a la Mejor Opera Prima en Venecia.

Intervención divina, rodada en Nazaret y el sector Este de Jerusalén, es una película muy arriesgada, desde el punto de vista formal. Son 92 minutos de cine casi mudo, simbolista y metafórico, tercamente reiterativo. Suleiman utiliza el lenguaje publicitario para contar con extraordinario vigor algo del sinsentido que se está viviendo diariamente, cotidianamente en Tierra Santa desde el comienzo de la Intifada.

Una historia de amor se desarrolla entre un palestino que vive en Jerusalén y una palestina de Ramallah. Él se divide entre su padre enfermo y su vida amorosa, tratando de mantener vivos a ambos. Dada la situación política, la libertad de movimientos de ella acaba donde comienza el control del Ejército israelí situado entre ambas ciudades. Al no poder cruzarlo, sus encuentros íntimos tienen lugar en un solar desierto, justo al lado del control. Los amantes no pueden obviar la realidad de la ocupación; tampoco pueden preservar su intimidad.

Es evidente que a la película le sobra metraje y algún que otro -comprensible- desahogo onírico. En este sentido, cada cual dilucidará si las ensoñaciones insertas son oportunas, pero resulta difícil negarles su coherencia con el título y la procedencia de la película. Hay momentos de un humor parabólico muy meritorio, sobre todo si se piensa en la persistencia de un conflicto terrible cuya contemplación mueve a la desesperanza, por la cerrazón del horizonte.

Suleiman sabe revitalizar el mejor slaptick (acción-reacción) en un puñado de secuencias logradísimas (las del paso fronterizo, el hospital, el vecino de las botellas) que evocan a Keaton y Tati. Lo que no impide que, a ratos, uno se canse y diga «vale hombre, no seas plasta, que ya me he enterado».

Intervención divina ayuda, y mucho, a entender el drama de un pueblo, el palestino, obligado a pagar los platos rotos de una historia compleja y jalonada de salvajadas, que casi siempre se nos ha contado -al menos cinematográficamente- desde el lado judío.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Marc-André Batigne
  • Montaje: Véronique Lange 

Palestina, (Yaddon Ilaheyya), 2002

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