Kiseki (Milagro)

Kiseki (Milagro): Cruzarse no es chocar

Kore-eda vuelve a regalar una película sencilla, lírica y esperanzadora. Un viaje infantil en busca de un pequeño milagro. 

El peligro que tiene un director como Kore-eda es que te mal acostumbra. Ki­se­ki (Milagro) es otra maravilla, esta vez sobre la infancia, las ilusiones, la amistad sin con­diciones. Después de Nadie sabe, Still walking y Air doll, el director nipón ha­ce un retrato entrañable de dos hermanos que buscan el milagro de ver unidos a sus pa­dres que se acaban de separar.

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Kiseki (Milagro) es una película de ésas que te de­jan sin aliento, que tiene un humor univer­sal, elegante, ingenioso. Ese cine que te hace mejor persona, que te presenta la vi­da como esa fuerza arrolladora de bondad… Y eso es muy difícil.

La película se ve con interés de principio a fin porque el guión está plagado de gi­ros creativos y matices en unas interpre­taciones infantiles sobrecogedoras. Si ya es difí­cil rodar a un niño (lo digo por ex­perien­cia), grabar a seis o siete a la vez man­tenien­do la naturalidad y espontaneidad es un logro casi imposible. Pero Kore-eda lo consigue y no nos damos ni cuenta de que están actuando.

El poder de Kiseki es la atractiva sencillez del ser humano, dibujada con la maes­tría y el tono amable de otro retratis­ta genial como el también japonés Hayao Miyazaki. La música de Quruli acompaña con una emotiva y sencilla guitarra al rela­to aportando intimismo y ternura.

La metáfora central de la película (dos tre­nes que se cruzan mientras los niños es­peran un milagro) está muy conseguida y logra unificar toda la historia. Lo que po­día ser una catástrofe (un choque de tre­nes, el divorcio de los padres), se trans­forma en algo mágico y vitalista gracias a la mirada confiada de unos niños que hacen un viaje “de mayores” para lograr una difícil reconciliación.