La brigada de la cocina

Cathy Marie es chef. Cuando comienza la película estalla una pelotera con su jefa y, como hace todo chef que se precie, se marcha. Lo malo es que no le llueven ofertas y, de mala gana, acepta con carácter provisional hacerse cargo de la cocina de un albergue social para inmigrantes menores de edad.

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Louis-Julien Petit ha dirigido poco y ha escrito poco, pero en Las invisibles demostró que se puede hacer cine social, centrado en la inmigración para más señas, sin amargar, y aquí vuelve por sus fueros a tratar un tema delicado, a veces polémico, sin levantar ampollas, sin agredir, sin avergonzar. Utiliza ingredientes conocidos: el amor de los franceses por la buena cocina, la devoción que todavía tienen por aquella maravillosa novela Perros perdidos sin collar, con un toque de Rebelión en las aulas y otro de Deliciosa Martha. La mezcla funciona sin problemas, sin originalidad también, pero con mucho encanto y seriedad: Cathy se niega a distribuir bazofia a los jóvenes inmigrantes, pero le faltan manos. Solución, los propios jóvenes se ponen a sus órdenes. Ellos aprenden, se motivan y ella aprende, descubre mundos detrás de esos ariscos jóvenes. Nada nuevo pero bien contado, eficaz, agradable.

La brigada de la cocina tiene un fallo fundamental; la película debía estar centrada en Cathy y su descubrimiento del mundo de los ninis. El enfrentamiento debía ser con el director del centro de acogida de estos chicos, nada menos que François Cluzet. Pero los chavales que utiliza le distraen, comienza a perderse en diversas historias, sin llegar a ser una película coral, y todos los inmigrantes resultan criaturas angelicales. La brigada termina siendo un cuento simpático, instructivo pero poco realista, y Cluzet queda desaprovechado.